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Quilt 365

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Lo sabía, lo sabía y lo sabía.

No me podía esperar al día 1 de enero para empezar, y mira que tengo cosas pendientes..... bueno, ni más ni menos que la mayoría.

Encontré un trozo de tela negra, y primero decidí el tamaño, serían de 4 pulgadas.

Después pensé el tamaño del círculo, de 2 pulgadas.

A continuación pensé que los haría con puntada escondida, primero haría el yoyó. Esa idea la rechacé enseguida porque hice una prueba y había que planchar el círculo. No estoy dispuesta a encender la plancha a diario. Que pereza!!!

También pensé en hacerlos con las banderas del mundo, demasiada complicación.

Al final, ya me he decidido, "menos es más", pues eso, algo muy sencillo para que pueda cumplir mi objetivo de uno diario.

Aquí tenéis el primero:



El fondo negro y el círculo de una tela roja que me apasionaba hasta que se acabó, como me quedaba un trocito, tan contenta que lo he aprovechado.

Ya tengo las plantillas, el círculo de cartón para cortar la tela:



Otra de plástico por si tengo que encuadrar alguna tela con dibujo:




Y una cuadrada con el círculo en el medio para colocar la tela:




Con estos pocos elementos, unos cuadrados negros, unas telitas rojas,  en una carpetita transparente ya tengo trabajo preparado para la semana próxima.

Cuando tenga unos cuantos ya os los iré enseñando.

Beatriz, que fue quien lo descubrió, ya lleva unos cuantos, podéis verlos aquí.

Y sigo coso que te coso...

Relatos de COSOqueTEcoso (XLII)

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Entre puntada y puntada 
(XLII)



Todas las tardes, ya sin sol, don Mauro y Gertru paseaban un rato. Partían siempre de la portería de Españoleto cuatro, donde la muchacha esperaba con impaciencia el ruido que hacía la puerta del primero al abrirse y cerrarse. El tiempo entre los dos sonidos, le indicaba a Gertru si su prometido venía acompañado de Juanín. Si era breve, venía solo. Como fue el caso esta vez. Y no sólo ella estaba pendiente, también la señora Casta, que, por si ella no lo había oído bien, cosa que ambas dudaban, se lo repetía como un anuncio de algo no sabido: “Ahí, le tiés, hija”. Todas las tardes, la tercera en discordia, sorda por la inocencia que le envolvía, preguntaba lo mismo: “¿Quién?”. Pregunta que jamás tuvo contestación oral, porque la portera miraba a su hija con un rictus de cariño en la cara y una negación rítmica en la cabeza, mientras Gertru salía despacio del chiscón; hacía tiempo para que don Mauro bajara rápido las escaleras y coincidir a la vez en el portal. Era un rito que le gustaba provocar. Partían hacia una punta del barrio indefinido, era lo que menos importaba. Hablaban de su día a día, de sus prójimos, de sus trabajos, de sus deseos y de sus sueños. Pero ninguno entraba en las decisiones del otro. Bien es verdad que don Mauro, desde que se conocieron, había fungido de ángel de la guarda de Gertru, pero se había convencido de que en el caso del nuevo taller de costura no debía intervenir, ni directa ni indirectamente, una cosa era acudir al rescate en una emergencia, y otra muy distinta, mover los hilos para manejar un futuro querido, pero ajeno. Por su parte, Gertru seguía con la sensación de que su prometido era reservado en un punto que ella no imaginaba, como si después de invitarla a su casa le hubiera negado el acceso a una de sus habitaciones, y la mantuviera cerrada con llave y sin explicación alguna. 

—Pero, ¿qué te voy a ocultar yo? Pobre de mí, pero si mi vida no puede ser más transparente y sencilla. Deberíamos integrarnos más con mis amistades, así recabarías la opinión que los demás tienen de mi persona. 
—Eso me sigue dando miedo, Mauro. Pero mientes muy mal. No se qué te traes entre manos, pero… Y no digo que sea algo malo, que es lo que tú crees que creo yo. Eso, sí, cuando estoy contigo, como ahora, me siento muy segura, pero todavía no me siento preparada pa eso que tú dices. ¿De qué hablaría yo con esas personas? Políticos, miliares, doctores y con sus mujeres. No, Mauro, todavía no.
—Pero algún día tendrás que hacerlo. La señorita Paulita te enseñó tanto como tú has aprendido. Mira, por ejemplo, te expresas ya casi perfectamente. Como decías tú, ya no te comes letras ni juntas las palabras.
—No del todo, se me escapan más de lo que una quisiera. Y, quizá te convendría conocer de donde vengo. Así verías lo que nos separa.
—Gertru, convendrás conmigo en que es más importante lo que nos une que lo que nos aleja. Porque lo primero representa las personas que nos importan, tú, Juanín…
—¿Por qué no ha venido? Perdón.
—Porque estaba dormidito. Anda un poco pachuchejo.
—Vaya... Perdona sigue, te interrumpido.
—No pasa nada. Te decía que tú, Juanín, tu Reme, tu señora Casta, mi Servanda, yo mismo, es lo que nos une, las personas que nos importan, además de nuestra relación que a mí, personalmente, me ha hecho revivir. Lo que nos separa no son más que convencionalismos y falsas excusas.
—Lo de las excusas lo entiendo, lo otro no sé qué es. Pero, entonces ¿por qué hablas de tus amistades?
—Por lo que tú me decías de tus orígenes, yo también tengo un pasado que ni debo, ni voy a negar, porque en él he sido feliz y está al alcance de la mano. No niego que la madre de mi hijo me hiciera feliz. Tú me has demostrado que no debo renunciar a esa felicidad que conocí.
—Y a mí me da miedo conocerla.
—Pero ya estás inmersa en ella.
—¿Inmersa?
—Sí, quiero decir que ya estás sumergida, dentro de ella. ¿No lo sientes así? —. Gertru se apretó más al brazo que tenía entrelazo de don Mauro, y apoyó la cabeza en él sin dejar de caminar. Él no necesitó confirmación verbal a su pregusta—. ¿Sabes?, estoy pensando llevar a una escuela a Juanín el año que viene. Por él y por Servanda.
—No, Mauro, Todavía es muy chiquitín, ya tendrá tiempo. Y a Servanda le gusta acarrear con él, no está tan mayor. Aunque no soy yo quién pa decirte na. Eres su padre. Deberías consultarla a ella.
—Lo haré, pero tú pronto vas a ser su madre. Si no opinas tú ¿quién tiene derecho? Y no quiero que tenga que pasar por lo que estás pasando tú. ¡Que, anda que no te está costando, zoquete! —bromeó don Mauro.
—Oye, cuna ya sabe leer y escribir casi to. Todo —se corrigió Gertru—. Y ya me como menos sílabas. ¿Sabes tú acaso qué es una sílaba, listo?
—Sí, hay muchas, más que letras.
—Muy listo, sí. Así que no puedes tener dudas sobre Juanín. De tal palo, tal astilla(1). Y con lo que yo he aprendido ni te cuento. Aunque espero que sea tan listo y tan humilde —ironizó Gertru— como su padre. Y tan guapo como su madre. Si no…
—Ja, ja, ja —se rió don Mauro—. Eres un cielo. ¿Así que Adela te parece guapa? 
—Mucho más que yo. Digamos que no tienes mal gusto.
—Ja, ja —volvió a reír—. ¿Quieres conocer una anécdota antigua que cuentan de un rey muy sabio y de una reina preciosa, aunque menos que tú?
—Sí, porque supongo que una anédota es una historia. Y los cuentos me gustan mucho y más si son de verdá.
—Sí, una a-néc-dota, con ce, es un hecho breve y curioso que ha acontecido, aunque muchas veces es inventado, y tiene alguna relevancia para quien la cuenta o en general.
—Pues cuenta, cuenta —. Y Don Mauro, más o menos adornado, contó lo sucedido entre el rey Salomón y la Reina de Saba que pasaron a la Historia, él por su sabiduría y ella por su hermosura. 
—Ésta quiso tener descendencia y pensó en el sapiente rey como padre de su progenie. Le mandó una misiva en la que describía unos hijos tan inteligentes como Salomón y tan bellos como ella. El rey, que hizo honor a su fama, le contestó con una pregunta: ¿Y qué pasaría si los hijos salían tan feos como él y tan tontos como ella? Con lo cual, la correspondencia se interrumpió, claro.
—¿No me digas? —exclamó más que preguntó Gertru—. El rey Salomón ese sería sabio, pero nada románico.
—Romántico.
—Eso, ni pizca de romántico. Tratar así a una bella reina. Vamos, hombre.
—¿A ti te gustaría ser reina?
—A mí, ca, hombre, ca.
—¿Ni siquiera mi reina?
—¡Qué tonto eres a veces!
—O sea, que criticas al rey sabio por no ser románico como tú dices, y cuando lo soy yo, me criticas a mí.
—Yo no te critico a ti, ya me ha enseñó la señorita Pepita qué es hablar con la boca pequeña, y que nada tiene con poner los morros así —Gertru hizo una mueca, entreabrió y sacó los labios hacia fuera—. Don Mauro no pudo dejar de responder a tan dulce invitación, y depositó un beso en esos labios que sin proponérselo había ofrecido la joven.
—Eso no vale. Es trampa y a traición.
—No, no señorita. Eso forma parte del romanticismo. Lo siento, pero no he podido resistirme.
—No tienes porqué disculparte, yo de niña hacía muchas trampas.
—O sea, que eres una tramposilla.
—Digamos que sí. Hace fresco, ¿no?
—Si quieres volvemos ya.
—Será lo mejor. Nos hemos alejado mucho y quería ayudar a la señora Casta a envolver y a freír las cocretas
—Croquetas.
—Pues las croquetas.
—Mira, el plato preferido de Juanín. Servanda se las hace mucho, dice que tienen mucho alimento.
—Pues luego le subo unas cuantas, para que las fría mañana mismo, si no se estropean.

No hablaron más hasta la despedida. No lo necesitaban. Con solo tenerse al lado y revivir, por ejemplo, la última media hora, les era suficiente. Cuando llegaron al portal, ni se despidieron. Tan solo una mirada y un roce de manos, mientras él comenzaba a subir los escalones y ella a abrir la puerta del chiscón.

—¿Por qué has vuelto tan pronto, Gertru? Ya henvolvío yo las cocretas…
—Croquetas, Reme. 

Don Mauro sonrió al alcanzar el primer rellano de la escalera mientras metía la llave en la cerradura.

———— o O o ————

Hay quien opina, sin negar otras opciones, que al hombre le distingue del resto de su entorno su capacidad para crear arte, su imaginación. Otros, su capacidad de raciocinio. Y otros, como yo, aunque no sé quienes, opinamos que es la intuición, en su más extenso significado, la que nos dota de esa particularidad, de esa distinción de ser distintos. Y estoy seguro, porque no todos estamos dotados para el arte, y muchos, ni siquiera “razonan”, pero todos sin excepción intuimos en mayor o menor grado. Y cuando lo hacemos, los errores se cuentan con los dedos de las manos. No pongo la intuición por encima de la razón o del arte, sólo digo que estos dos últimos están basados en nuestras percepciones físicas y los científicos han demostrado que, a través de ellas, nos engañamos a nosotros mismos y a los demás. Vemos movimiento donde sólo hay imágenes estáticas, eso sí, proyectadas secuencialmente a una velocidad determinada, por ejemplo. Un círculo negro parece más pequeño que el mismo circulo pintado de blanco. Pero si intuimos que algo o alguien nos va a hacer daño, siempre respondemos, nos preparamos para defendernos, no nos engañamos ni aún equivocándonos. Y eso le pasa a Gertru, aunque ella no columbre peligros. Intuye un secreto. No sabe cual. A través de su inocencia, y su confianza en don Mauro, no juzga ni prejuzga. La fuerza de una intuición supera la de un razonamiento y nos ayuda a elegir un camino u otro, a pesar de que nuestra razón nos dicte lo contrario. Así, Gertru, siempre acertará más que se equivocará. ¿Acaso la esperanza no es una intuición?

———— o O o ————

Cuando Antón abrió el ojo, como en los últimos días, necesitó cierto tiempo para ubicarse y más teniendo en cuenta el motivo de su despertar: el canto del gallo. Al caer dónde estaba, percibió que la luz que reinaba en la estancia era mejor que la tarde noche anterior. Pero se equivocaba, la luz que penetraba por el ventanuco, siempre cerrado, era nula. Eran sus ojos los que se habían ajustado a la situación. Se incorporó y se notó solo. A pesar de ello levantó la voz con un “¿buenos días?”. Nada, de la pareja sólo vislumbró sus enseres y escuchó el crepitar de su hogar. Recordó entonces la palancana y los dos cántaros de agua y usó la potable. Salió al campo y una bofetada de frío le hizo volver de inmediato a la cabaña. A punto estuvo de cerrar y olvidarse del mundo exterior. Pero se sobrepuso y se dirigió donde el día anterior habían bebido las reses bautizadas como Toru y Güe. Se lavó la cara y el cuello, y se restregó las manos y los brazos. Se secó con un paño que colgaba de un clavo, aunque no estaba todo lo seco que hubiera necesitado. El jabón casero que yacía sobre la esquina del bebedero lo vio tarde. No le ocupó porque no pintaba muy bien. El día ya anunciaba su llegada por sí solo, aunque los montes luchaban por mantener la intimidad de los valles. Trató de escudriñar el horizonte, pero le fue imposible distinguir nada, y supuso que Queitano y Xiana habían salido ya a sus quehaceres. Para cerciorarse, a pesar del frío dio la vuelta a la casa, por el lado del gallinero, y cotilleó de nuevo en el interior del pesebre. Volvió a encontrarlo vacío, pero al entrar un poco más pudo distinguir unas manchas rectangulares sobre el heno. Se acercó y pudo ver dónde habían pasado la noche sus anfitriones. Soltó la esquina de la manta con un sentimiento mezclado de agradecimiento y de vergüenza por haber sacado de su cama a la pareja. Otra sensación le cruzó por el estómago. Era hambre. Volvió a la casa abrazado a su corto cuerpo y golpeándolo por el frescor del alba. Buscó la mochila y extrajo todas las provisiones que le quedaban. Su manía por el orden le hizo colocarlas sobre la mesa como si los alimentos fueran a pasar una revista militar. El aroma que impregnaba todo y la escasa luz que salía del hogar le invitaban a comer algo caliente. Recordó las palabras de la mujer que le ofrecían la posibilidad de repetir del guiso. Se decidió por éste. Buscó un plato y el cazo de madera y se sirvió una generosa ración humeante que acompañó con las galletas que le suministrara Pantaleón. Cuando sorbió la última cucharada, que en realidad fue directamente del plato, quedó satisfecho. Al dejar los utensilios en el limpio fregadero, distinguió en la pared un rectángulo más claro que el resto de la estancia. Era la luz que peleaba por entrar en la caballa, la luz de ese sol que ya empezaba a reinar sobre todo lo que alimentaba. Volvió a salir más abrigado y pudo distinguir todos los tonos verdes que renacían de los grises de la noche. El nuevo azul se oponía al nuevo verdor, pero unas nubes que venían del norte amenazaban la primacía del astro rey. A pesar de recibir ya de lleno sus rayos, el frío y la humedad se colaban entre sus ropas. “Habrá que caminar para entrar en calor”, se dijo Antón. Ubicó, más o menos el punto donde le parecía que el día anterior había localizado a la mujer y hacia allí se dirigió tranquilamente. Pero en el trayecto, la preocupación ganó a la tranquilidad. Su encargo no iba a terminar bien. ¿Cómo iban a dejar estas gentes todo esto abandonado? Otra vez las necesidades primarias se imponían a todo lo demás, recortaban la libertad de las personas sin recursos, individuos que se partían la espalda y el alma para sacar a la tierra un mendrugo de pan, mientras esa misma tierra y esos mismos hombres recibían una simiente que al florecer dividiría a los españoles en dos facciones irreconciliables unos años después. Cuando alguien no tiene qué perder, ni la libertad siquiera, y se junta con otros tantos en su misma situación, es la desesperación lo que se hace con la voluntad. La ideología viene después, cuando los historiadores buscan respuestas a las atrocidades, para poder ofrecérselas a los demás, y cuando el poder de los mandos necesita que los integrantes de cada facción se odien, porque al odiar se mata más y mejor. Y eso sin olvidar a los terceros en discordia que con sus dineros terminan porque la balanza de las guerras caiga para un lado o para otro. La pesadumbre de Antón por sus pensamientos, le hizo ralentizar el paso y parecer más pequeño de lo que ya era. Llegó al lugar donde se subiera al carretón, paró y miró a su rededor. 
De pacma.es. Caballo "patiatado" con apea.
Pero nada, no vio a ninguno de los habitantes del valle, sólo animales, algunos maniatados con apeas. Siguió su leve subida hacia la ladera del monte. Al rato escuchó unos golpes secos y acompasados. Cuanto más se alejaba de la casa, más claros los oía. Pero seguía sin ver a nadie. Cualquier aldeano que hubiera oído aquellos sonidos, los hubiera reconocido como los que produce el hacha al herir el tronco de un árbol. Pero Antón de lugareño asturiano tenía poco. Dentro del bosquecillo al que había llegado siguiendo el eco de los golpes, se despistó más. Salió de entre los robles y comenzó a recorrer el perímetro del robledal siempre con la vista fija entre los árboles. En un momento determinado, le pareció ver una nube de polvo que salía de detrás de unos troncos alineados. Se introdujo en el bosque y distinguió por fin a la mujer.

Buenos dies—gritó Antón, pero Xiana seguía con su duro trabajo de espaldas a él. Se acercó más, esperó el golpe del hacha y después repitió el saludo asturiano—. Buenos dies, Xiana.
—Ah, buenos dies —contestó la leñadora al volverse— Ya veo que se ha levantado.
—Y usté antes que yo. 
—Una ya está acostumbrada. Nuestro reloj es el gallo, con su canto nos levantamos y con su canto nos acostamos. Y el hambre también, contra él vivimos. A ver si han puesto las gallinas y almorzamos huevos. Luego tenemos pollo para comer. Espero que me dé tiempo a todo.
—Entonces, me gustaría ayudar, sabe.
—Pues espere que eche abajo este pobre y me ayuda a desramarlo. Porque no le veo a usted planta de leñador.
—Déjeme intentarlo, no parece difícil.
—Como quiera, pero el hachu pesa lo suyo, eh. Tome.

Antón comprobó el peso del hacha al levantarlo, y atacó malamente el roble. A punto estuvo de causar una desgracia. Al asir del centro el astil de la herramienta, y golpear con todas sus fuerzas el tronco, la cabeza afilada no hendió la madera, sino que, al entrar con el ángulo equivocado, rebotó con violencia y Antón no pudo amortiguar la protesta del hacha que voló por los aires. Por suerte no encontró nada que estorbara su vuelo. Ninguno de los dos dijo nada, pero el hombre, pálido como la cera, se acercó a la herramienta, la recogió y se la entregó a aquella mujer que era de las de digo y hago(2)

—Está claro que así no voy a ayudar, sólo a estorbar. Soy un desastre.
—¿Le parece poco lo que ha hecho ya?
—No he hecho nada. Bueno sí, casi le corto a usté la cabeza.
—¿Llegar hasta aquí desde Madrid, no le parece suficiente?
—Bueno, si habla de eso, sea, porque a mi también me parece mentira, se lo aseguro.
—Déjeme acabar y podrá ayudar. Me ahorrará mucho tiempo, eso también se lo aseguro yo a usted.

Antón obedeció y se retiró un poco del roble herido. Observó la gracia de aquel cuerpo que, a pesar de la rudeza del esfuerzo, no perdía los movimientos femeninos de una danza ancestral. Con más maña que fuerza, Xiana terminó por herir de muerte al gran roble enfermo y seco , y que terminó por caer por la gravedad . Todo ello después del grito de la leñadora que avisaba de la caída. El ruido que produjo el árbol al venirse abajo, largo y rotundo, jamás se le olvidaría a Antón. Sonido que, en un principio, le pareció lastimero y terminó por ser un quejido doloroso. A pesar de la humedad, el entorno se llenó de polvo y maderas partidas y astilladas.

—Espere a que baje el polvo y la hojarasca y podrá ayudar. Mire —señaló Xiana un talego apoyado en otro roble—. Coja uno de esos hachos y limpie de ramas el tronco del carbayu(3). Métase con las más finas, las otras me las deja a mí.
—De acuerdo.
—Y quítese algo de ropa, va usted a sudar mucho y eso no es bueno, luego uno se queda helado y entra en enfermedad. Por mucho que se quite, va a entrar en calor enseguida. Y empiece por la copa y vaya bajando hacía mí.

Antón no pasaría frío. El trabajo nuevo no se le daba mal, aunque llegó un momento en que su hacho ya no horadaba la madera. Al verle parado de pie, Xiana le preguntó y él le contó lo que le ocurría.

—Es que rebota como el otro. Hasta aquí he llegado.
—Eso que lo dice usted, pues no nos queda. Es que pierden el filo, y debe afilarlo. Dentro del saco hay una piedra de afilar. Afile el suyo y luego me la pasa, este está ya igual. Aunque está llegando a las ramas gordas y poco avanzará ya. Haga lo que pueda —. Y así fue, una vez afilado su hacho volvió al tajo, pero las ramas ya empezaban a tener un grosor que necesitaban de una herramienta más contundente para ser desgajadas del tronco —. La madera del carbayu ye bien dura, pero muy buena para el llar. Aunque tiene que secarse cerca de un año, si no da humo y no prende bien. Déjelo ya. Ahora póngase a quitar lo verde de las ramas y córtelas de su tamaño.
—¿Qué tamaño es el suyo?
—Del suyo, de su altura más o menos.
—Pequeñas, quiere decir.
—No, de su tamaño. Aquí los homes no se miden por su altura, sino por hasta dónde están dispuestos a llegar. Mire, allí tiene un tocón en el que apoyar las ramas. Luego, colóquelas fuera del bosque para que Queitano pueda llegar bien con el carro y cargarlas.
—De acuerdo.

Todavía andaban en ello cuando Antón sintió el aguijón del hambre, pero no dijo nada, tan sólo bebió de la calabaza que había visto junto al talego de herramientas. Al poco fue ella la que tomó la iniciativa.

—Mejor será que repongamos fuerzas, si no, no vamos a poder seguir —. Cuando regresaban a la cabaña, oyeron el tañido de la pequeña campana—. Mire, no somos sólo nosotros los que hemos hecho hambre. ¿Se imagina no tener algo que llevarse a la boca?
—La verdá es que no. Nunca me ha pasado, aunque tampoco me ha sobrado.
—Pues nosotros sí. Ha habido años que nos teníamos que beber el caldo de cocer el heno y comer las bellotas. Pero ya no, hemos aprendido mucho desde entonces. Aunque las bellotas nos siguen gustando, las recogemos para los animales. A Toru y Güe les gustan mucho.

———— o O o ————

—No sé, Carmina. Ponerme otra vez a enseñar me da pereza, después de tantos años.
—Pero tampoco nos vendrían mal unas pesetas.
—Mujer, ya sabes que yo no pienso en eso.
—Nunca lo has hecho, es verdá, y no lo vas a hacer ahora.
—Pero nunca hemos pasado penalidades ¿no?
—En eso te doy la razón, penalidades no, si exceptuamos.... Pero ahora deberías hacerlo por necesidad.
—¿Necesidad? No te entiendo.
—Hablo de la necesidad de tu supuesto alumno.
—Ah, qué susto.
—No me has dicho que es un isidro, que vive en Pozuelo de Alarcón, y que tiene un hermano pequeño a su cargo.
—Así es, es lo que me contó Mauro.
—¿Y no te has llenado siempre la boca de la igualdad de oportunidades que debería existir? Pues ahora tienes la oportunidad de actuar en consecuencia.
—Lo que no sé, es si me llega tarde. Eso ya deberían arreglarlo, o al menos intentarlo, Javier e Israel.
—¿No me digas que vas a tirar la toalla? Vaya ejemplo que les vas a dar. Venga, hombre, que te lo pide un caballero de la cabeza a los pies. Y además de forma altruista.
—Porque no soy celoso, si no… —bromeó Cirilo.
—¡Qué tonterías dices! Soy una mujer casada, tú mejor que nadie lo sabes.
—Sí, pero dime si no eres coqueta.
—Pero no coqueteo con nadie. ¿Qué te has creído? Aunque tienes razón si lo que has querido decir es que soy sensible a la educación y la caballerosidad. Y no me olvido de la generosidad de Mauro. Eso sí, tú deberías tomar nota.
—¿Tomar nota? Si el que tiene que invertir tiempo y esfuerzo no es tu caballero andante, sino un servidor. Pero si insistes…
—No. No quiero que lo hagas porque quiera yo, sino porque quieras hacerlo tú. No me apetece que luego vengas con facturas, como tantas veces.
—Está bien, me he convencido, bajaré a comunicárselo a Mauro. Aunque si quieres le dejo recado de que suba a verte, digo, a vernos —Cirilo usó el error voluntario y el retintín.
—No —Carmina no se dio por aludida—. Mejor será que vayas a la fabrica, a estas horas estará en el trabajo.
—Bien, pues me acerco antes de hacer la compra. ¿Necesitas algo?
—No, lo de diario, pan y leche, dos cuartillos. Ah, sí, y súbete cuatro huevos.
—Me arreglo y me voy.
—Ah —gritó Carmina al irse Cirilo a la alcoba—. Y una bobina de hilo blanco. Dile a la dependienta que es para mí, ella sabe la que gasto.
—¿Algo más? —contestó también a gritos Cirilo.
—No, eso es todo. Gracias.

Cirilo salió a la escalera y, al llegar al primer piso, se volvió. Entró en casa, fue a la cocina, y revisó el fogón. Después fue a la salita y dio un susto de muerte a Carmina que no le esperaba ni le había oído volver.

—Uy, por Dios, casi me da algo. ¡Qué susto! 
—Lo siento, creí que me habías oído entrar.
—¿Con la radio puesta?
—¿Y yo qué sabía, mujer?
—Menudo susto, Cirilo. Otra vez avisas al entrar en casa si no te espero. Siempre lo haces
—Vale, lo haré, aunque esté recién ido.
—¿Y a qué narices has vuelto, si se puede saber?
—¿Se te ha quemado algo?
—¿A mí?
—Ya, ya sé que en casa no, pero en la escalera huele a quemado.
—Será el brasero de algún vecino que no tira bien.
—Será. Me voy, hasta luego.

El mismo comentario que hiciera a su mujer Cirilo se lo hizo a la Señora Casta, que también lo había notado. La portera le informó de que no se veía humo por la escalera, cuestión que él confirmó. Y llegaron a la misma conclusión que Carmina, un brasero que tiraba mal.

—Buenos días —saludó Cirilo un tanto extrañado de ser recibido en la oficina de don Mauro por un crío.
—Buenos días —contestó Balín.
—Perdona —la diferencia de edad con el niño le hizo usar el tuteo al recién llegado—, busco a don Mauro.
—Está ahí dentro. Pué pasar, pero antes toque la puerta, podría llevarse una sorpresa.
—¿No está solo? —se extrañó Cirilo.
—Sí, claro questá solateras.
—Ah —más sorprendido, Cirilo siguió la recomendación del chaval, y se anunció con dos taques antes de entreabrir la puerta del despacho—. ¿Mauro?
—Sí, pase.
—Buenos días —terminó de abrir la puerta el visitante.
—Hombre, don Cirilo, no le espera a usté.
—Si sigue con el don, me voy.
—No se lo tome así, hombre —dijo don Mauro al rodear su mesa y salir al encuentro del que le sobraba el don con una sonrisa. Le tendió la mano y aquél se la estrechó con firmeza—. Tome asiento, por favor, está usté en su casa, bueno en su despacho.
—Gracias, verá, he estado pensando sobre el asunto que le ocupa. ¿Ése es el muchacho en cuestión? —señaló la visita hacia atrás.
—No, para nada. Balín es de los que quieren aprender trabajando. ¿Pero, tiene importancia de quién se trate?
—No, para nada. Ya me ha puesto usté al corriente de su situación, la persona, da igual. Era simple curiosidad. Me ha caído bien el crío.
—¿Debo entender que acepta mi encargo?
—Sí, puede decirse que sí.
—Me alegro. Por cierto, seguramente conozca ya a su alumno. Come con su hermano todos los días en la portería, con la señora Casta e hijas. Allí quizá le haya visto, es muy fuerte y grandote.
—Creo que sí, creo que le tengo visto. Siempre me he preguntado si serían sobrinos o familia de la portera.
—No, el muchacho en cuestión, Venancio, es el novio de la hija de nuestra portera.
—¿Ah, sí? Esa muchacha es muy agradable, y la otra, su amiga también. Ahora recuerdo que un día, la más guapa, nos regaló unos frutos de huerta y, si no recuerdo mal, me parece que dijo que los había traído un tal Venancio. Sí, sí, ahora me acuerdo perfectamente.
—Sí, los dos hermanos son buenos muchachos. Recientemente han pasado por situaciones muy dolorosas que no vienen a cuento. Ahora, el pequeño, Joselillo, va a la escuela, ahí cerca, en el nuevo colegio que han abierto los hermanos Maristas. Y el otro, como creo haberle dicho, no tiene trabajo y, como dice él, lo único que sabe es trabajar la tierra y vender lo que produce.
—Pues aquí en la ciudad, poco labrantío hay ya, y menos trabajo de labriego.
—Algo queda, si, pero trabajo no dan. Es la era de las fábricas, caballero. Bien, Cirilo, ahora que ha aceptado, deberíamos fijar sus honorarios. Y antes de ello quería pedirle que no se lo comentase al mozo, ya que yo me haré cargo personalmente de la mitad de lo que usté decida cobrar.
—Bien, como nadie sabe el tiempo que va a necesitar Bernardo…
—Venancio —corrigió don Mauro.
—Venancio, sí. Como no sabemos el tiempo que vamos a usar, me veo obligado a darle un precio por hora, si le parece bien.
—Claro que me parece bien. No veo otra manera de saber a priori un importe fijo sobre el que negociar. ¿Ya tiene pensado el precio de la hora?
—Sí, un céntimo.
—¿Cómo que un céntimo?
—No se sorprenda, a usté sólo le repercute la mitad. No es tanto, ¿no?
—Pero es ridículo.
—Perdone, ¿pero me está usté llamando ridículo a mí?
—No, no, perdone. Lo que quiero decir, es que el precio es ridículo. Va usté a trabajar, prácticamente gratis.
—Bueno, pues si usté se siente mal, puede enviar unos bombones todas las semanas, mientras dure el cursillo. ¿Eso le parece más justo?
—Pues no, pero algo es algo. Aunque aún así… 
—No intente entenderlo, yo mismo no lo entiendo.
—Cirilo, esta conversación comercial con usté es la más rara que he tenido jamás en mi vida.
—Eso me achaca Carmina, que soy muy raro. Yo no lo veo así, pero son los demás los que nos juzgan, si bien a mí sólo me influye lo que yo mismo pienso de mí. Y por ahí podríamos encontrar el motivo que buscamos sobre mi aparente rareza.
—Pues bien, sólo falta que fije usté el día y la hora, y que yo se lo comunique a Venancio. Salvo que quiera ser usté…
—No, no. A mí no me gusta ser protagonista de nada. Sea usté quien se lo anuncie.
—Como quiera.
—Dígale que el próximo lunes a las diez suba a mi casa.
—Me parece muy bien.
—Lo dicho, dígale que el lunes le espero.
—¿Necesita llevar algo?
—No, yo tengo en casa de todo, soy muy fetichista con mis utensilios de trabajo.
—O sea, que el precio incluye material, ¿no? —bromeó don Mauro.
—¿Cómo no habría de incluirlo?
—Sí, claro, su precio lo justifica —sonrió el bromista al levantarse.
—Pues eso —también se levantó la visita—. Venía con ciertas dudas, pero al hablar con usté, se han disipado todas. Muchas gracias.
–Todas las gracias debe llevárselas usté, aquí no debe quedar ninguna.
—Lo dicho —. Se estrecharon las manos y ambos, satisfechos y orgullosos, siguieron a lo suyo. Si bien, otro tinte tendría la siguiente entrevista de Cirilo tras la compra, ésta en su casa con Carmina por el precio de los honorarios de su marido:

—Pues para eso, no haber cobrado nada. Eres muy raro Cirilo, que te lo digo yo. 
—La rara eres tú por no enfadarte. 
—Anda que no me tiene que pasar nada a mí para enfadarme. Me voy a enfadar yo, sí, y menos por hacer lo que hay que hacer. Más quisieras tú verme triste y enfada. 

———— o O o ————

De nuevo la tragedia zarandeó a los vecinos del numero cuatro de Españoleto. En esta ocasión les visitó uno de los tantos accidentes caseros que se producen a diario, y que, afortunadamente, no todos acaban como terminó éste. La visita se produjo en el tercero derecha, y un brasero y una mesa camilla fueron su origen. Como todos los días de invierno la señorita Pepita encendía el brasero, prendía el cisco y le dejaba en el descansillo de la escalera tapado con la clásica caperuza a modo de chimenea. Su hermana Paulita, que sufría de la reuma, era, además friolerilla. Aquella bendita mujer tenía la costumbre, durante su mucho tiempo libre, de sentarse a leer pegada a un balcón con las cortinas y visillos descorridos. Entre las dos hermanas, no sin esfuerzo por la edad y la reuma, colocaban la mesa camilla, vestida como ellas hasta los pies, con unas faldas pesadas y verdes, junto a la ventana. Después, la mayor verificaba que la combustión del brasero fuera la correcta. “Si supieras cuánta gente ha muerto asfixiada, Paulita. Con el brasero hay que andarse con mucho ojo, deberías abrir una rendija el balcón, mujer. Por eso lo enciendo en la escalera, y por eso lo
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dejo fuera a la noche”. Es lo que Pepita decía siempre, mientras encajaba el recipiente, ya sin tapa pero con rejilla, en el agujero practicado en la balda inferior de la camilla. Para ello Pepita sujetaba las pesadas faldas para que no rozaran en la brasas y tras la admonición de Pepita, hablaban de su día a día, y ese día tocaron el tema de sus dos alumnas y de sus respectivos novios. En especial alabaron a las muchachas por su interés en aprender y su rapidez en hacerlo. “Las dos son unas pispas, pero inteligentes, Pepita, ya te lo dije yo nada más hablar con ellas”. Una vez sentada, Pepita con las faldas 
de la mesa arremangadas y sobre el regazo, abría el libro y, al calor del brasero leía, bien los Evangelios, bien a San Agustín o a cualquier otro u otra prócer de la Iglesia. Rara vez leía otro tipo de literatura. Esa mañana, antes de que empezara, Pepita la interrumpió, cosa que rara vez hacía, para indicarle que se iba a la compra y a encargar más cisco y astillas a la carbonería. Paulita, con esa mirada tan dulce que la caracterizaba, le dio a entender con un gesto que le había entendido, y sin una palabra se despidieron. Sería la penúltima despedida, y la última vez que Pepita viera con vida a su hermana menor. El paraguas que levantara, a modo de saludo, hubo de usarlo nada más salir a la calle. Unos nubarrones negros cubrieron el cielo y comenzó una lluvia persistente y cansina. Mientras, Paulita leía cada vez con más dificultad por la falta de luz natural. Y llegó un momento en que la claridad que entraba a través del balcón no servía para nada. Pepita se destapó las piernas, achacó a su Señor la bendición del agua, puso la señal en el libro, una estampita del Cristo de los Faroles, lo cerró y se levantó. Retiro la silla y la alejó. Después le tocó a la mesa, y con menos éxito también consiguió moverla como para poder abrir una rendija el balcón. Ahora que se iba a colocar en el centro de la habitación, podría tener abierto un poquito, por seguridad y recordó con una sonrisa en la boca el comentario diario de su hermana: “Si supieras cuánta gente ha muerto asfixiada, Paulita…”. 

—No, no lo sé, Pepita, pero si tú quieres que tenga cuidado, lo tendré. Dios, Nuestro Señor, te pague tus cuidados, Pepita.

Tras esta contestación que, por supuesto, su hermana no oyó, se puso a la tarea de llevar la mesa al centro de la habitación, debajo de la lámpara de cinco brazos que, en su momento, les instalara el pobre señor Jesús, “que en gloria esté”. "Ahí veré mejor". A pesar del dolor de pierna que, a veces se mudaba a la otra, y otras a los brazos y espalda, y que le recordaba la cantidad de articulaciones que tiene el cuerpo humano, asió la mesa por el tablero y con los brazos abiertos y el tablero redondo apoyado en su estómago, intentó alzarla un poco para moverla. No lo consiguió, y miró el enorme volumen que descansaba sobre el tapete de ganchillo almidonado. Había encontrado que el amigo se había convertido en enemigo, pero no lo trató así. ¿Quién puede llamar pillín al primer libro que Gutemberg imprimió? Ella. Agarró el volumen con las dos manos, lo abrazó y lo llevó al aparador. “No me extraña que peses tanto con todo lo que tienes dentro, pillín”, y le sonrió. Aprovechó para encender la luz, cuya llave estaba junto a la puerta, frente al balcón. Volvió a la mesa y pensó en el gran invento que era la electricidad. “¿Cuántas sorpresas más nos tienes preparadas, Señor?”. Esta mujer veía a su Dios en cualquier acto, en cualquier objeto y en cualquier cosa. Sólo tenían que cumplir un requisito: no ser malas. Las que no tienen importancia, las indiferentes, los objetos más cotidianos podían contener la gracia de Dios o ser motivo de alegría por su manifestación a través de ellos. Otras personas hemos nacido con miopía, qué le vamos a hacer. Hizo el segundo intento, ya sin el pillín jugando a favor de la gravedad y esta vez sí logró que la mesa se despegara del suelo, aunque los faldones, junto a sus pies, rozaran contra él. Y ese detalle tan nimio fue lo que provocó el incendio. Al sentir todo el peso sobre sus maltrechos riñones quiso ser rápida. El primer paso lo dio, pero el segundo se lo impidieron los faldones o la alfombra, eso jamás lo sabría nadie. Tropezó y cayó antes que la mesa camilla. De no haber estado sola en casa, el accidente hubiera sido menos grave, si acaso una cadera o un brazo roto y unas cuantas contusiones, unos faldones chamuscados y una alfombra para tirar. Pero estaba sola. Su Dios la reclamaba para disfrutar de su sonrisa(4). Al caer, por lo menos perdió el conocimiento y las brasas del oculto brasero tomaron posesión de todo lo que podía arder bajo ellas, animadas por la pequeña corriente de aire que provenía del balcón. Con una combustión sin llama y lenta, se quemaron faldones, tapete, mesa, alfombra, falda, blusa y toquilla. En la calcinada cara de aquella mujer, se adivinaba una sonrisa producida por la satisfacción de haber podido levantar la mesa gracias a Dios. Así se la encontró su hermana al volver. Las brasas del cisco incandescente esparcido produjeron un humo cuyo olor llegó hasta algunos vecinos sin saber de donde venía, olor que disimuló el tiro del balcón que, por un golpe de viento, se había abierto del todo(5).

[Continuará]

(1)[Volver] De tal palo, tal astilla. Diccionario de Autoridades, tomo IV, 1734, pág. 131, edición facsímil, ed. Gredos, 2002, entrada hastilla: «[...]. De tal palo tal hastilla. Phrase proverbial, con que se explica que alguno mantiene las propriedades y inclinaciones de donde viene. Latín. Originem sapit [...]».  El DRAE ya no lo recoge, ¿por qué? , no lo sabemos.    
(2)[Volver] De digo y hago. DRAE, 2014, 23ª edición, entrada mujer: «[...]. ~ de digo y hago. 1. f. mujer fuerte, resuelta y osada. [...]». Ya usó esta frase proverbial Tirso de Molina en su Antona García, 1636, estrofas 2686-2690: «[...]; parirá, si se le antoja,/diez muchachos en un día/y se irá, sin hacer cama,/al punto a podar las viñas./Es mujer de digo y hago [...]». Fuente: Instituto de estudios Tirsianos GRISO, Universidad de Navarra, leído en el Centro Virtual Cervantes (CVC).
(3)[Volver]carbayu, roble, asturiano.
(4)[Volver] Y a mí me dejó un dolor, que por ser niño pronto olvidé y que ahora vuelve a aparecer aplacado por la distancia y el cariño.
(5)[Volver]Descanse en paz esta mujer y espero que su esperanza haya tenido recompensa. Gracias, señorita Paulita, y gracias también, señorita Pepita. Nunca pensé que después de cincuenta y cinco años me pudiera emocionar con sus recuerdos. A ellas debo, entre otras cosas, el inicio de mi biblioteca tan útil antes como estorbo hoy. Aunque a mí el papel me guste más que el plasma. 


Bolsa para Mateo

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Mucha gente de mi entorno tiene bolsas con su nombre bordado por mi, y mi padre, hasta ahora, no la tenía.

Le debía el regalo (desde San Mateo) que ya me vale, y pensé hacerle una bolsa, y ya le metería algo dentro.

Ha coincidido que ayer le dolía el cuello, así que la usé para llevarle un par de cojines de semillas de bufanda.

Se me olvidó hacer foto a los cojines, pero no tienen mucha ciencia, uno muy largo (se lo puse y le encantó) y otro más cortito.

Es que a mi padre todo lo que sea "para curar" le encanta, si le recetan un jarabe se toma hasta la última gota, si son pastillas, disfruta tomándoselas, vamos que es un paciente estupendo.

A la bolsa no le hizo mucho caso, por eso os la enseño, seguro que a alguno de vosotros le gustará.


Tiene un tamaño de corte de 45 x 25 cm.
Para el culete he recortado los cuadrados de 4 cm.
El tutorial para la bolsa forrada, le podéis encontrar aquí.

Esta vez he jugado con las telas de vichy, en el exterior unos cuadrados más grandes y en el interior más chiquititos.


Como debía más regalos, he hecho un par más, habrá que esperar a que las entregue para que os las pueda enseñar.

Y sigo coso que te coso...

Marcapáginas de tela

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Aprovechando que Ligia publicó un tutorial de marcapáginas, me dije "ya no tienes excusa", y aquí me tenéis.



Lo he vestido de "brillis" porque va a salir de parranda estas fiestas.

Puesto sobre un cuaderno que me regaló Beatriz el día que nos conocimos y que le tengo mucho cariño.


Por el revés, he usado un fieltro de color discreto, a conjunto:


Ahora que veo la foto, si no estás tan festiva, también se puede usar por este lado.


Ahora sin cuaderno, por delante, le he puesto un botoncito en forma de corazón.




Y por detrás



Como soy incapaz de hacer uno sólo, aquí tenéis otro, en este caso, lo he hecho para un cuaderno grande, aumentando el tamaño de la goma a 60 cm.


El revés en un color amarillo limón, bien chispirri,  a juego con la goma como nos indica Ligia. ¿O era la goma a juego con el fieltro? 


En este caso le he puesto un lazo, y he hecho el punto de ojal en color amarillo con hilo de la Finca nº 12 a modo de contraste.


Así ha quedado por detrás.

Como os podéis imaginar ya tengo varios más en proceso, los haré del tamaño de goma más grande porque los "necesito" para el cuaderno de apuntes, que hay veces que tengo que marcar varias páginas y me vendrán fenomenal.

Muchas gracias Ligia por el tutorial, fenomenal explicado, porque necesitaba un "empujoncito" para hacerlos.

Es ideal para los días que no dispones del tiempo suficiente para acometer nada, o para los días que tu inspiración, por diferentes motivos, anda de huelga, en mi caso, han coincidido los dos factores.

Y sigo coso que te coso...

Seguimos bordando

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Me propuse bordar una camisa diaria hasta tener todas y, más o menos, lo voy cumpliendo...

Aquí la primera:

La segunda:

La tercera:

Y la cuarta:

Cada una con el hilo del color apropiado a cada camisa, y de la "abuela Dolores", regalados por Lola.

Nunca salen dos firmas iguales, como todo lo que hacemos a mano.

Y sigo coso que te coso...

Bolsa de vichy

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Tenía muchos regalos pendientes y, estos días que he andado más que despistada, he decidido ponerme al día (bueno, aún me falta uno).

Así que marchando una de bolsas....

En este caso, ha sido para mi cuñada Tere, se la hice llegar a través de mi hermano y enseguida me dijo que le había gustado mucho.



Por dentro, también he jugado con tela de vichy pero con los cuadritos más pequeños:


Ésta es un poco más pequeña que la de mi padre.

Las medidas de corte son: 

Alto: 35 cm.
Ancho: 25 cm.
Para el culete, he recortado los cuadrados de 4 cm.

El tutorial, por si queda algún despistado, lo tenéis aquí.


Para que fuera más recogidita, se la entregué en una cesta de arpillera "a conjunto".

Si, ya, la foto es un horror, la saqué justo cuando me marchaba y le dio todo el flash.

Me pide el fotógrafo oficial que aclare que no es suya. ¿Acaso no se nota?

Os cuento que es de arpillera en color natural y de vichy rosa. Así me trabajáis un poquito la imaginación, que no es bueno dar todo hecho.

Y sigo coso que te coso...

Llavero yoyó

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Ayer por la tarde no le había "casi" dado a la aguja y, por la noche, necesitaba hacer algo rapidito en el que viera el resultado muy pronto.

Dicho y hecho!!!

Bueno, a mi Jc le pareció muy repollo, y me dejó un poco plaff, sus críticas las suelo tener en cuenta porque "a veces" hasta tiene "algo" de razón.

Por el otro lado, quizá es más discreto.


Se nota que al fotógrafo no le ha gustado porque le ha sacado torcido.

La verdad es que es mucho más bonito el que encontré en Pinterest y en el que me inspiré.


Lo podéis encontrar aquí.

Bueno, ya he visto que el yoyó lo ha hecho con "aparatito" y se nota mucha diferencia en los pliegues.

Nunca había pensado en comprarlo, pero ahora que veo el resultado....

Y sigo coso que te coso...

Quilt 365

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Estoy muy contenta con este proyecto, es fácil, rapidito y resultón.

Lo que no puedo hacer es uno diario, me hice de tirón 16, ya sabéis mientras sacas las telas, los hilos, y demás achiperres, ya que estás puesta.....

Con mi costumbre de: primero hacer y luego ver si me gusta el resultado, tuve que repetir los dos primeros.

No me convencían y era porque no había puesto entretela en el círculo.

Ahora, cada vez que me pongo a cortar una tela, reservo un cuadrado de 7 cm. para entretelarlo, dibujo el círculo y lo reservo en la cajita "Quilt 365".

La tela negra es de sábana 100% algodón.

Los cuadraditos son de 4" y los círculos de 2".

No os penséis que he hecho un croquis del quilt, noooo, yo los pongo encima de la cama y veo como quedan.

Sobre la marcha decidiré, aunque la idea es que empiecen por blancos, amarillos, naranjas,.....

También dependerá de las telas que tenga, porque lo bueno es que al ser los círculos tan pequeños, cualquier resto vale.

Todavía estás a tiempo de empezarlo, la idea que me vino a través de Beatriz, está aquí, observaréis que los hay con fondos para todos los gustos y colores, en vez de círculos hay quien ha optado por corazones, alguien está usando telas vaqueras...

Y sigo coso que te coso...

Relatos de COSOqueTEcoso (XLIII)

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Entre puntada y puntada 
(XLIII)

De religionmitologia.wordpress.com. No he conseguido saber de quien es el cuadro.
—Lázaro, levántate y anda —ordenó don Zacarías con la voz engolada. Joselillo obedeció.
—¿Hacia dónde, hermano?
—¿No le suena esa cita, señor Lázaro?
—Sí, ya sé que Jesús resucitó a Lázaro, si es a eso a lo que se refiere, hermano. Pero no le ordenó eso, sino: ¡Lázaro, sal fuera!(1)—Joselillo también quiso poner la voz gruesa y le salió un gallo—. Creo que es San Juan quien lo cuenta en su evangelio.
—Muy bien, pero la cita anterior me sirve de metáfora para que cojas tus cosas y vayas al aula con tus compañeros.
—¿De verdá? —exclamó sorprendido el alumno.
—¿Por qué habría de mentirle, caballerete? Se lo ha ganado usté a pulso. Ande, que le veo impaciente. Y tome, dé esta nota al hermano Candelas de mi parte —. Joselillo salió como un rayo del despacho del hermano Señormío, tropezó en el pasillo y cayó todo lo corto que era, y sus cosas se esparcieron por el suelo. Tan rápido como cayó se levantó y metió sus cosas de mogollón en la cartera abierta. Don Zacarías, que salió al pasillo al oír el golpetazo, sólo pudo ver la espalda del crío alejarse por el pasillo, tras lo cual reparó en su nota, que había olvidado su alumno en el suelo. La recogió, y con la parsimonia que le caracterizaba fue detrás del corredor—. Ay, Señor, Señor—. Justo en el momento en que iba a llamar a la puerta del aula del hermano Candelas, un tren que salió le arroyó  y a punto estuvo de dar con sus huesos en el suelo. Al reconocer la locomotora, y apoyado en la pared, le dijo al maquinista—. Quizá busque esto —. Joselillo, colorado y aturdido, bajó la vista, mudó el gesto de asustado a arrepentido, pidió perdón y cogió la nota. Se quedó en el umbral de la puerta y esperó la reprimenda. No la hubo. Con el gesto del fraile indicándole que se metiera en el aula y cerrara la puerta se canceló la escena tan incómoda para maestro y alumno—. Mira que le gusta correr a este muchacho, Señor mío—. Don Zacarías, aparte de su pachorra, era famoso en la escuela porque siempre tenía de contertulio a su Jefe supremo, asunto que no le molestaba, ya que era consciente de que había venido a este mundo para ser un paciente siervo de Dios.

El primer día de Joselillo en clase, entre sus compañeros, fue un día feliz para él. Había demostrado en los recreos que era el que más corría de la clase. Y eso, entre muchachos, se tiene en cuenta y se valora. Su carácter introvertido le había evitado el inevitable enfrentamiento con los gallitos del curso. Y su ausencia, sumada a la dedicación exclusiva de don Zacarías, alias Señormío, le había granjeado el apodo de El enchufao. Esa mañana levantó varias veces la mano para hacer notar que sabía la respuesta a las preguntas planteadas por el hermano Candelas, a pesar de saberse todas. Sólo tuvo la ocasión de responder una vez y correctamente. La ley infantil y escolar que afirma que los listos son debiluchos y envidiados por los torpes y brabucones con él no se cumplió. Durante el recreo nada cambió, y después de dar cuenta del bocadillo que le había preparado la señora Casta, a costa de que ella no desayunara (“Ay, Reme, es questoy desganá últimamente”), se puso a jugar como cualquier otro día, eso sí, impaciente por oír el pitido con el que acababa primero la hora de asueto y después la jornada matutina. Durante ese intervalo, no dejó de pensar en las mañanas pasadas al aire libre en el Rastro, hiciera el tiempo que hiciera, junto a Mendrugo, y en especial aquel día que le enseñó la importancia de las comas. Tema que se trataba en clase mientras él se ausentaba:
«—¿Y qué es una coma, Mendrugo?
—¿Has visto las hormigas que hay en tu libro, entre algunas palabras, las que no tienen sombrero y son más grandes?
—Sí.
—¿Y te has dado cuenta que al hablar, a veces, te paras un poquito y respiras, pero sólo un poquito?
—Claro, ahora lo has hecho tú dos o tres veces.
—Pues bien, eso es una coma. Se distingue del punto, al hablar, porque se para uno un poco más, y al escribir porque éste es la hormiga chiquita al que sigue una letra mayúscula o cambias de línea en un escrito. Es tan pequeño como el sombrero de la otra hormiga, que juntos son el punto y coma y que más o menos es lo mismo que la coma. Las tres se pronuncian, no se te olvide. Ya te contaré el uso del punto y coma en la escritura, porque en la pronunciación no se distingue de la coma en nada. Son muy importantes para la entonación, igual que otros símbolos.
—Pero, Mendrugo, yo cuando hablo no digo tal y tal, coma, ni tal y cual, punto.
—No, pero haces una pequeña pausa o una más larga. Y me estoy refiriendo a cuando lees, pollino, ya sé que nadie habla así. La pausa de la coma y del punto son al contrario que su tamaño, la de la coma es chiquita y la del punto más larga, pero no te pases, no vaya a ser que duermas al que te escucha. Son muy importantes. Las pausas siempre están, al hablar o al callar. Las palabras con el silencio se van, porque, a veces, no hacen falta, pero los silencios siempre son necesarios.
—¿Y las palabras dónde van?
—¿Dónde irías tú?
—¿Yo? A ver a mi madre.
—Pues te aseguro que ellas no quieren estorbarte cuando la veas. Además, si eso ocurre, no te quiero engañar, no podrás usarlas, no te harán falta. ¿Quieres que te cuente una historia sobre una coma que al irse antes de tiempo provocó el asesinato de una persona?
—Sí, cuenta —a Joselillo le encantaban los cuentos de Mendrugo, relatos que calaban en su mente y dejaban una simiente de conocimiento que más tarde florecía.
—Verás, José, hace tiempo cuando se usaban lanzas y adargas, más o menos en la época en que don Quijote cabalgaba por La Mancha y más allá, ocurrió que prendieron a un ladrón en el Toboso, malandrín que huía de Toledo donde le habían pillado con las manos en lo ajeno, pero que había podido escabullirse y se había escondido en una alhóndiga. Antes, los hombres, como ahora, eran brutos, así como sus leyes. Debido a ello y que lo ajeno pertenecía a un noble del rey de aquella época, le cayó la mayor. Si hubiera robado una gallina a un isidro como tú, le hubieran dado una paliza, en vez de ajusticiarle, de ahí las leyes brutas. Bien, pues el alcalde de ese pueblo manchego, famoso porque en él vivía Dulcinea, la novia de don Quijote, aunque ella no lo supiera…
—La de Venan se llama Reme.
—¿Y es guapa?
—Sí, y coja.
—Hay muchos que cojean y no se les nota, José.
—No tentiendo, Mendrugo.
—Tampoco es el momento, amigo. Mejor sigamos con la historia. Te decía que el alcalde de El Toboso, que no tenía que escribir mucho, pero que sabía, le puso un mensaje en papel al noble agraviado que había dado parte a todas las alcaldías de la zona. En él escribió que había apresado al truhán y le preguntaba si le ajusticiaba.
—Si le mataba, ¿no?
—Sí.
—¿Y por qué has dicho antes que labían asesinao?
—Al fin y al cabo, matar a alguien premeditadamente y con alevosía, por el motivo que sea, es asesinar, ¿no? Al menos eso pone en el diccionario.
—Bueno, sí. Si tú lo dices.
—Bueno, el caso es que el alcalde preguntó por escrito al noble si mataba al reo.
—Cuando el mensajero entregó la carta en el palacio del conde, éste estaba en una partida de caza, y su secretario, al exigirle el correo del alcalde una contestación, escribió unas palabras en un billete, que así se llamaban antes las cartas y se la entregó con encargo de llevársela al alcalde de El Toboso. Pero el secretario cometió un error en esa carta, ya que su intención era esperar a su señor para que éste decidiese, por eso escribió: No espere, sin coma entre las dos palabras.
—Pos vaya cosa.
—A ver, José. ¿Qué te he dicho antes? ¿Cómo se pronuncia una coma?
—Con una espera pequeña.
—Pues pronuncia esas dos palabras con una pausa entre las dos.
—No —Joselillo alargó la espera—, espere.
—Y eso ¿qué quiere decir? ¿Que mataran al reo o que no?
—Claro, que no le matasen, que esperaran.
—Y, ahora, dilo sin coma, es decir, sin pausa.
—No esperen.
—¿Y eso qué quiere decir?
—Aybó, que le matasen enseguida. Es verdá.
—¿Te das cuenta lo importante que son las comas y los puntos al hablar y al escribir?».

El hermano dormilón había hecho honor a su alias y había doblado el cuello a falta de un cuarto de hora para que acabara la clase. Como Joselillo, ni oyó que los demás alumnos salían sin hacer ruido para no despertarle, eso sí entre risas contenidas, ni tampoco los tres pitidos que avisaban desde el patio el final de las clases. Cuando el hermano Candelas abrió el ojo, miró su reloj y no se sorprendió: “Otra vez”, se dijo. Se levantó y reparó en el alumno que, abstraído, miraba por la ventana.
—Eh, señor Lázaro, ¿para celebrar su primer día entre nosotros se va a quedar aquí a comer? —la voz del hermano Candelas devolvió al aula a Joselillo.
—No, no hermano, es questaba pensando en Mendrugo.
—No me extraña, porque ya va siendo hora de llenar la andorga. Venga, que no le va a dar tiempo a comer y volver a las tres. Vamos, vamos, perillán.
—Hasta la tarde —. Y como siempre, Joselillo corrió como si le fuera la vida en ello.
—Sí que tiene hambre el nuevo, sí.

Pero ocurrió lo mismo que cuando salió del despacho de Señormío. Esta vez tuvo la culpa quien estaba fregando el pasillo al pensar que todo el mundo se había marchado ya. Joselillo resbaló y cayó, y como llevaba la cartera abierta, se desparramaron sus cosas por el suelo. Lento, pero seguro, apareció el hermano Candelas y le ayudó a recoger, después de comprobar que Joselillo, alias señor Lázaro, se encontraba bien. El golpe, y ver al otro hermano arrodillado y con la bayeta dale que te pegó, le recordó al muchacho que sólo fregaban los sábados, y cayó en la cuenta: no había que volver después de comer. 

—Yo esta tarde no vengo, hermano Candelas. Usté verá.
—Pues tendrá usté que justificar su falta, no se le olvide —. Amonestó y recordó el hermano Durmiente que quedó cariacontecido por la contestación del nuevo alumno y por el recuerdo del libro que había metido en su cartera. “¿Este chico lee El Quijote?”.

Al llegar al chiscón de Españoleto en un periquete, Joselillo, que lo hizo con retraso, se quedó olisqueando el ambiente del portal. Y en vez de dar los buenos días, se olvidó de los modales, y entró a la vez que preguntó si se había quemado la comida. La señora Casta, que no se lo tuvo en cuenta, le contó sin detalles lo que había ocurrido en el tercero derecha, y le tranquilizó respecto al condumio.

—Pos yo traigo una sospresa, pero la cuento cuando llegue el Venan y las chicas.
—Entonces tendré caguantarme, y espero que la sospresa, como tú dices, sea buena.
—Claro, pa mí sí, ya verá. Y además he conocido al hermano Durmiente. Y ma pasao una cosa que da risa.
—¿Y eso cuándo lo vas a contar?
—También luego, cuando diga la sos… la sorpresa —consiguió decir el crío.
—Pues yo pensaba que fueras comiendo, porque los demás van a llegar un poco tarde hoy, como tú, pero voy a hacer yo lo mismo, voy a esperar a los demás para servir las lentejas.
—Señora Casta, si le cuento lo de la risa, ¿puedo comer ya?
—¿Y la sorpresa?
—No, esa no, se la quiero contar al Venan primero.
—Pues, entonces no sé cacer.
—Ande, por favor, tengo muchambre.
—Pues claro que sí, tonto. Venga empieza y yo te pongo las lentejas.
—Vale. Es que cuando he salido de clase…

Joselillo no sabía que no podía contar lo “que da risa” sin contar la sorpresa. Así que, la señora Casta, al atar cabos y comer a la vez que su hijo putativo, se imaginó enseguida cual era la sorpresa que Joselillo guardaba para su hermano. Por supuesto, el orgulloso alumno repitió y a la señora Casta le sentaron tan bien las lentejas como  al crío.

———— o O o ————

Y llegó el sábado. Y, a pesar de insistir por la mañana en que Susana les acompañara al baile, ella se negó en redondo con diferentes excusas. No consiguieron convencerla. Gertru y Reme dedicaron toda la tarde a arreglarse. Mientras, dándole al pico, construían un nuevo futuro lleno de felicidad. E incluso soñaron con viajes en tren, de los que ya habían leído algo. La señora Casta se complacía al ver con qué alegría se lavaban el pelo y se lo secaban mutuamente. Disfrutaba al verse reflejada en ellas de joven. Al oír a Reme quejarse de que su pelo no se alisaba ni a tirones, les recordó cómo se hacía ella la “toga(2)” y después de que Gertru amenazara a Reme con plancharle el pelo, les enseñó cómo hacérsela.

—¿Y así se va a secar, madre?
—De eso se trata, y salvo que salgáis con sol a bailar de noche, seguro que se os seca a las dos.

Ver a Reme feliz e ilusionada, le hacía recordar a su marido. Y una ráfaga de tristeza cruzó su rostro al reconocer que él no podía disfrutar de esos momentos en los que uno se alegra de haber tenido descendencia, deseada o no. “Al menos yo sí puedo hacerlo”. Y no se complacía menos al ver a esa otra muchacha, maltratada, y que, de mala gana, todo había que decirlo, había acogido y que con el tiempo y las desgracias ajenas le había robado el corazón. “Aunque tus padres no te disfruten, ya me alegro yo por ellos”. Ver a Reme junto a la belleza de Gertru no la afeaba, sino que realzaba otra belleza distinta, menos llamativa pero tan fresca y lozana como la de su amiga.

—¿Sabéis lo que os digo?
—¿Qué, madre?
—Que si yo fuera hombre, no salíais de casa.
—¡Qué cosas tié usté!
—Pues menos mal señora Casta —se rió Gertru acompañada de Reme.
—Eso, menos mal. ¿Qué hora es, sabe usté?
—Acaban de dar las seis en el reló de la iglesia, si no mequivoco.
—Uy, sólo faltan dos horas, y no hemos pensao siquiera qué nos vamos a poner.
—Mujer, tampoco estamos hablando de poner una pica en Flandes(3), pero no decidir y vestirse en ese tiempo, es mucho batallar, hija.
—Venga, venga, que yo no sé qué ponerme.
—Vamos a ver Gertru, menos nervios, eh. Sólo tiés dos faldas y un vestío, y tres blusas, aparte de dos pañuelos, aunque también pués usar los míos si alguno te place. A ver, con ese panorama, ¿qué lío tiés?
—Oye, Reme, ¿por qué no hacemos una cosa? —Gertru parecía no oír a la señora Casta, acaso por los nervios.
—¿Cuála, Gertru?
—¿Por qué no te pones tú algo mío y yo algo tuyo? Así estrenamos las dos y to.
—Sí, y a lo mejor también les hacemos un lío a los hombres.
—Sí, vosotras volved más locos a esos dos, que ya veréis.
—Madre, a mí no me parece tan mala idea. Y así nosotras nos vemos distintas.
—Si sois preciosas... Pero como queráis. Las dos tenéis más o menos la misma talla, sólo falta que Gertru cojee y ya parecéis gemelas.
—Más quisiera una tener la cara y el cutis désta.
—Venga, no digas tonterías, Reme. Ya me gustaría a mí tener ese tipo. Pero, hala, ¿lo hacemos o no?
—Vale, venga.

Mientras las estrellas aparecían en el cielo madrileño, otras dos salieron del portal de Españoleto cuatro, a las que esperaba un chulapo cuyos gestos y ademanes no se correspondían con la vestimenta que lucía. Al poco, una burra conducida por un isidro auténtico apareció en escena y paró junto al trío.

—Yo no sabría a cual elegir, desde luego.
—Ya, pero sólo le toca una, don Mauro.
—¿Te parezco un don, Reme?
—No, así no—rió la joven—. De todas formas, con don o sin don, tié quelegir una. Se siente, si no el otro mozo…
—Antes de contestarte, vamos a dejar claro, que no quiero ser don para ninguno de vosotros. Así que Mauro a secas, si no, no me sentiré a gusto. Nunca me han gustado ni las barreras ni las distancias sociales. Y respecto a lo de elegir, si lo hiciera por la indumentaria me confundiría así que, en vez de por los ojos lo voy a hacer con el corazón. Y si me pidieras que lo hiciera por los dos mantones, tendría que ir a hablar con la portera, ¿no?
—Sí, los dos son suyos. Eres muy observador, Mauro.
—Y muy galante, ¡quién supiera! —añadió Venancio.
—Con la edá todo llega, no te preocupes.
—Pero si quiere usté pelea… —bromeó el joven y todos rieron menos la Perla que andaba a otras cosas diferentes del galanteo.
—Venancio.
—Diga, don Mauro.
—Lo del don también te incluye.
—Pos a mí me va resultar mu difícil.
—Inténtalo al menos.
—Dacuerdo, Mauro.
—Así se habla, don Venancio —y los cuatro volvieron a reír.
—No sé porqué, pero me parece questa noche lo vamos a pasar de maravilla.

Y así fue, hasta que la guardia civil entró en el baile . En estos lugares de goce y disfrute, no debería hablarse de asuntos serios. El caso es que, la dotación del cuartelillo de Aravaca, tuvo que intervenir para poner paz por la trifulca que se armó. La pareja se olvidó de la política para hacerse cargo del lugar de nacimiento de cada uno, y así, la reyerta que se inició por los diferentes ideales, terminó por enfrentar a oriundos y “extranjeros”. Aquéllos, que se conocían entre sí, golpeaban a éstos y a todo aquél que no conocían, al grito de “ese baile es pa los daquí”. De hecho, Venancio tuvo que intervenir un par de veces a favor de don Mauro y dar la cara por él con el argumento de que “es mi amigo, le traído yo”. Los de la capital, que se veían en minoría, reculaban y contestaban desgañitados “isidros, gañanes, que no sabíais que era el dinero hasta que vinimos nosotros, paletos, muertos dambre”. A don Mauro, al ver a Gertru y a Reme a salvo detrás de Venancio, se le veía dispuesto a responder a cualquier agresión, asunto que se le fue de la cabeza al oír su nombre tantas veces repetido por Gertru con voz suplicante. Tras las súplicas decidieron escabullirse hacia la salida. Se pegaron a la pared, Venancio abría filas y don Mauro las cerraba. Sortearon algún obstáculo que otro, y consiguieron llegar los cuatro cogidos de la mano a la salida, donde Venancio hubo de usar todo su cuerpo y su energía para abrir un hueco entre tanto cuerpo por el que se colaron las dos jóvenes y el caballero. A él le costó un poco más salir porque el tapón de la puerta lo hacían los de la capital y Venancio no podía disimular su origen. Pero consiguió salir después de un par de mamporros y otros tantos empujones. Fuera pudieron comprobar que la guardia civil no se tomaba el asunto muy a la tremenda, amén de que descubrieron que tanto Venancio como su burra eran muy conocidos en su pueblo, porque desde el teniente Salmerón hasta el último número, Justino, saludaron al muchacho.

—Nada, nada, Venancio, venga, fuera, fuera, aléjate —recomendó el teniente.
—Éstos vién conmigo —señaló Venancio a su compañía.
—Pos qué bien acompañao vas, zagal —opinó Justino.
—Muchas gracias, señor guardia civil —agradeció una nerviosa Reme.
—Dejaros de formalidades, que en nada doy la orden de cargar, a ver si esos energúmenos se aplacan. Pero, de momento que gasten fuerzas entre ellos. Ya estáis tardando en iros, esto se puede poner feo, aunque normalmente, en cuanto damos tres gritos o disparamos al aire, todo el mundo se tranquiliza y, salvo el propietario del baile, nadie pierde nada.
—De todas formas, Venancio, ya sabíamos questabas dentro —informó Justino.
—¿Y eso?
—Porquemos visto a la Perla.
—Ah, claro. Gracias otra vez, hacemos caso al teniente, nos vamos. Pero siempre nos vemos palgo malo, ¿eh?
—Sí, tiés razón.
—A ver, pelotón, atento —gritó el teniente Salmerón mientras las dos parejas corrían hacia la Perla. Lógicamente, llegaron antes don Mauro y Gertru, y la Reme tuvo otra de sus salidas por ello.

—Ay, Venancio, ten cuidao que a las cojas sigue el toro(4), corre —dijo Reme tras tomar aliento por la carrera. Los otros tres no tuvieron más remedio que sonreír —. Aquí, en tu pueblo, los adustos parecen niños.
—Los adustos... Venga, sube, que no tenéis arreglo ni tú, ni tu cojera, ni tus ocurrencias —contestó Venancio con cariño y ayudó a las dos muchachas a subirse al pescante—. Hacer sitio, juntaos, que no vais a estorbaos por la relente. Don Mauro, usté subatrás. Lo siento, salvo que quiera llevar a la Perla.
—No, no te preocupes más por mí.

Ya, lejos de la trifulca y la Perla encaminada a la Cuesta de las Perdices, camino a Madrid, entre los nervios y el relente de la noche, las mozas empezaron a tiritar. Venancio mandó parar a la burra y tras ver don Mauro que éste se quitaba la chaqueta y se la daba a Gertru, él se bajó, se quedó en mangas de camisa e hizo lo propio con Reme. Cosa que las dos agradecieron. Entonces, Venancio ofreció su casa para que las mujeres se tranquilizaran y entraran en calor. El silencio del resto de la cuadrilla lo interpretó como un sí, con lo que dio la vuelta donde pudo, se subió atrás con don Mauro y ordenó a la Perla que les llevara a casa.

—Vamos, Perla, pa casa, y rapidito quéstas tién frío. ¡Arre, bonita!
—Sí, Venancio, creo que es lo mejor —oyó a su espalda.
—Reme, ¿tatreves a llevarla tú? —preguntó Venancio que manejaba las riendas de pie desde la caja del carro. Pero Reme negó como pudo por la tiritera—. Bueno, la llevaré yo desde aquí atrás. Juntaos más, así os daréis calorcito y no os estorbaré con las riendas —. Y así, con la dos mozas en el pescante, tan pegadas que parecía un cuerpo con dos cabezas, Venancio con los brazos abiertos tras ellas para no darles con las riendas, y don Mauro acurrucado en la caja, partieron rumbo a Huerta baja—. Llegaremos enseguida, no está lejos. Enciendo el hogar y os calentáis.
—O sea, que tu pueblo es tranquilo —intentó don Mauro una broma.
—Hasta que llegaron los de la capital —Venancio la siguió.
—¿Qué, es que tú también quieres pelea? —. Gertru se volvió un tanto preocupada, y Venancio, al ver su gesto de incertidumbre, la tranquilizó.
—Es broma. Yo nunca pelearía con tu hombre —. Comentario que hizo sonreír de agrado a la asturiana, a pesar del frío y la humedad. Deslizó la mano en busca de la de su amiga, la encontró y la asió. Y Reme la miró levemente.
—Venga, coger una rienda cada una, la Perla ya sabe donde vamos, ella os llevará a vosotras. Y animaros —. Tanto insistió Venancio que Reme asió la rienda que le ofrecía. La Perla se detuvo, como a la espera de que Gertru aceptara la otra. Animada por un pequeño empellón de su amiga, Gertru agarró la otra brida, y la burra que pareció entender la maniobra reanudó la marcha.
—Veis, mi Perla está más educá que algunos madrileños —. Don Mauro no dejó pasar la pulla e intentó levantar la moral de la tropa femenina.
—Es que, en este pueblucho, no todos sus burros son tan educados como sus burras —. Venancio se giró y quedó de espaldas a la marcha agarrado con las dos manos al varal y contestó al que ya sentía dentro el frío de la sierra madrileña. Pero, antes de contestar y ver que don Mauro, en mangas de camisa empezaba a tiritar también, saltó al pescante con un “qué tonto eres, Venancio”. Las carreteras no dijeron nada a quien les molestaba al hurgar debajo del pescante y sacó un par de mantas, más raídas que los calzones de San José. Saltó a la caja otra vez, y abrigó con una a la pareja de delante. Luego tiró la otra a don Mauro.
—Tome, aquí los burros no son educaos pero son menos frioleros que los de la capetal. Aunque queda poco, va llegar usté helao.

Entre las bromas, a veces forzadas de los hombres, y el estado de ánimo mejorado de las mujeres, la Perla se paró en la oscuridad.

—Ya hemos llegao —anunció Venancio—. Esperar quenciendo un candil y vengo a por vosotros —Saltó a tierra y corrió como si fuera de día. Al poco una luz tambaleante, dentro de una casa, anunció su regreso. Con un candil en una mano y un farol con una vela apareció por la puerta de su casa. A medio camino se paró e invitó al trío a entrar en la casa. El ambiente era frío, así que después de dejar encima de la mesa de la cocina las luces, Venancio salió y regresó con unas mantas que habían sufrido menos que las que llevaba en el carro.

—Gracias, Venancio.

A continuación se puso con el fuego prometido, montó un pináculo de astillas y encima unos delgados troncos y con una hoja de periódico prendió fuego a la primera.

—Bueno, ya está, pronto entraréis en calor. Acercar las sillas al fuego.
—Nos ayudaría un poco de coñac, sobre todo a Gertru y a Reme.
—Lo malo es que ni José ni yo bebemos. Pero, espere, había alguien en esta casa que se ponía morao. Nunca hentrao en eshabitación, pero ya va siendo hora, al fin y al cabo es nuestra casa. Ahora vuelvo, seguro quencuentro algo —. Mientras los tres invitados iban entrando en calor, Venancio revolvía las cosas de su tío. No tuvo que enredar mucho para localizar una botella de coñac y otra de anís—. Hemos tenío suerte —entró en la cocina y, a modo de banderillero alzó las botellas asidas por el cuello.

De
articulo.mercadolibre.com.ar
De Revista Española del Pacífi-
co. Núm. 8, Año 1998 en CVC
—A mí no meches mucho, jamás lo he catao.
—Pos yo igual.
—No —se levantó don Mauro—, sólo un culín para que se active la circulación de la sangre —. Don Mauro estaba tan equivocado con el poder calorífico del alcohol como todos. El coñac no calienta el cuerpo, sino que cuando su alcohol llega a la sangre el cuerpo pierde calor y pide más. Pero él no lo sabía y, además, sirvió tan poco en los vasos de las chicas que no tendría prácticamente efecto sobre sus cuerpos, aunque sí sobre sus mentes.
—Bebed de un trago, sino, no daréis un segundo —. No las costó bebérselo, pero las dos protestaron por lo malo que las supo.
—Yo no sé cómo alguien se emborracha con esto —protestó Gertru al poner cara de asco—. Está malísimo. Un poco de agua, Venancio, por favor.
—Nadie se emborracha la primera vez porque le guste lo que bebe, supongo.
—Entonces, ¿por qué lo hacen?
—Bueno, realmente no lo sé. Supongo que muchos se emborrachan para olvidar. Otros por vicio, no sé.
—Mi tío seguro que lo hacía por lo primero. Tenía mucho que olvidar.
—Desde luego.
—¿Y qué se siente? —se interesó Reme.
—Yo no lo sé, pero mi tío se ponía inaguantable, y le daba por pegar a José. Nunca he bebido, coñac, ni vino, no sé.
—Yo estuve una vez a punto de emborracharme, bueno, la verdad es que me cogí una buena buena . Me pasé en el Casino, después de cenar. Nos pusimos a charlar unos cuantos, y después de que un contertulio invitara, el resto no quiso ser menos y bebimos tantas copas de coñac como personas éramos. Cuando me levanté para ir al retrete no pude hacerlo. Me senté de nuevo porque la cabeza se me iba y las piernas no me sujetaban. Tuvieron que acompañarme a mi casa. Recuerdo que el empleado del casino que me acompañó, durante el trayecto en el coche de punto, sólo se callaba para que hablara el cochero, lo hacían entre risas. Supongo que se reían de mí y de mi poco aguante. Por desgracia, en esta sociedad, da igual al grupo que pertenezcas, beber mucho es sinónimo de valer mucho. El día siguiente fue lo peor. Me sentí fatal.
—Pos cada vez lo entiendo menos —dijo Reme—. Si encima tencuentras tan mal al día siguiente…
—Supongo que yo me sentí así porque no estaba acostumbrado.
—Pero pacostumbrarte hay que sentirse mal más duna vez, ¿no?
—En eso llevas razón, Venancio. Pero según me ha comentado Luis, hay personas que buscan hacerse daño a sí mismas para purgar sus pecados inconfesables. Y ésta es una forma de hacerlo.
—¿Cay gente que quiere hacerse daño?
—Sí, Gertrudis. Luis dice que es más normal de lo que creemos.
—Madre mía.
—Sí, mira que somos raras las personas.
—De todas maneras, creo que hemos huido de un lugar en el que los hombres actuaban tan violentamente por lo que habían bebido. Eso lo hemos visto todos.
—Sí, no me lo recuerdes, Mauro.
—No era mi intención, Reme. Sólo quería decir que el vino nos parece inofensivo, pero, a veces, no lo es.

———— o O o ————

Las gallinas, acostumbradas a producir para dos humanos, habían puesto sus huevos. Huevos que acabaron en los platos de los dos varones. No hace falta explicar los motivos, que haberlos haylos, y que hubiera sido necesario en el caso de que en el plato de Xana hubiera caído alguno. En respuesta, Antón ofreció su embutido para acompañar los huevos “masculinos” y las dos patatas cocidas con las que “se premió” la mujer por su generosidad.

—Deberíamos volver al asunto que nos ha traído hasta aquí, ¿no cree, Queitano? —propuso el invitado a su igual.
Yo creía que quedara claro.
—Y yo en buscar una solución al hecho de que ustedes no puedan abandonar la quintana.
Pos usté va dicir, porque nin la Roxa nin yo vemos una salida.
—Hay una.
—¿Cuál? —preguntó Xana con el ansia del que ve que la esperanza se le ha escapado entre los dedos.
—Que me haga cargo yo de todo esto mientras ustedes viajan a Madrid y vuelven, claro.
Usté ta llocu —le espetó Queitano.
—Eso ya lo sabía, pero mi locura no elimina la posibilidad que he expuesto, porque, convendrán conmigo, en que vivir aquí es de locos —Antón devolvió la pelota.
—En eso, el caballero lleva más razón que un santo —intervino Xana.
Pero pa trabayar esto, amás de tar llocu, hai que ser un home, non mediu.
—Pues yo no veo a dos hombres u medio sentados a la mesa y almorzando, ni que usted o yo hayamos echado abajo un roble cada uno.
La Roxa non cuenta, la Roxa ye la Roxa, y más home qu'usté según lo que me paeció na carbayera(5) —Queitano seguía con su ataque a la hombría de Antón, que tampoco cejaba en defenderla de palabra.
—Lo siento, señor, pero eso no se lo consiento yo a nadie, ni siquiera a quien me ha dado cobijo y alimento.
Pos ende tien usté la puerta(6).
—No, por favor —intervino rápido Xana, que sujetó del brazo a Antón por encima de la mesa—. ¿No sabes que los hombres chicos pueden llegar donde los grandes no, Queitano? Y usté, si se va de aquí porque su hombría se siente herida, no será más hombre por ello. Así que siéntese y acábese el almuerzo. Y, tú, animal, que sepas que no veo tan descabellada la idea —. Las lágrimas en aquellos ojos replicados en la memoria de Antón le hicieron más mella a Antón que las palabras que salieron de aquella boca, también replicada. Antón se sentó y Queitano se avino a razones.

Perdone, caballeru, la mio intención nun yera falta-y, sinón esclariar que caúnu vale pa lo que vale, y nun-y veo a usté equí na engarradiella por sobrevivir(7).
—Acepto sus disculpas, caballero. Aunque no le haya entendido del todo. Pero, yo que usté no comería huevos durante una temporada, ampliaría el gallinero y, seguramente, en un futuro podrían comer más huevos y pollo. Y otra cosa, y es lo que tiene pensar un poquito —Antón se toco con el dedo índice la sien—, construiría un carro menos pesado y con más volumen de carga, así podrían descansar a sus bueyes un día sí y otro no, y en vez de dar cuatro viajes, daría dos. Ganarían tiempo y esfuerzos, usté y los bueyes.
—Lo ves, bruto. Ya puedes aprender del poco hombre. Él, al menos, piensa.
Yá lo dixi antes, Xana. Caúnu vale pa lo que vale —. Xana miró a los ojos de aquel hombre que admiraba más que a nadie, y comprobó que la forma de mirar de éste al madrileño había cambiado en ese mismo momento. Después de un silencio en el que los tres se ocuparon del contenido de sus platos, Xana, que seguía aún con la esperanza de ver a su neña, planteó otra posibilidad.
—Yo ya he ido y he vuelto sola de Xixon que está más lejos que Villamayor.
—No entiendo —dijo Antón.
—Pues que se podían quedar los dos aquí y yo viajar con sus indicaciones a Madrid, cosa que el gran hombre de esta casa no podría hacer porque no le entendería nadie fuera de Asturias.
—¿Una roxa perhí sola?
—Sí, una rubia sola por ahí. ¿Me quieres decir de una vez qué puede hacer un castaño cabezón que no pueda hacer una rubia que quiere volver a ver a su hija? Les fuerces y el valor salen de l'alma, non de los coyones. Tú se lo acabas de restregar por la cara a tu invitado. Que namá pensáis en quién los tien más grandes, coyona—Xana mezclaba idiomas un tanto avergonzada por usar palabras gruesas—. Es mi hija, y voy a decidir yo. He luchado y trabajado tanto o más que tú, así que me lo he ganado. Y, además, la he parido.
—Eso no lo puede negar nadie, se lo aseguro —trató de templar gaitas(8) Antón—. Y, ahora que me acuerdo, si yo traía una fotografía de Gertru. Y recién sacada. ¿Cómo he podido olvidarme? ¡Dios mío! ¿Podrán perdonarme? — Antón saltó del banco donde estaba sentado, se hizo con la mochila, y buscó en todos sus compartimentos. Al final puso boca abajo el petate y le sacudió. Cayeron al suelo toda clase de objetos, papeles, migas de galletas, guantes… Rebuscó entre los papeles y encontró lo que buscaba—. Miren —dijo. Queitano encendió una vela mientras Antón, con una palmada, depositaba la foto encima de la mesa —. Ven porqué digo que nadie puede negar que usté la ha parido —. Los padres de Gertru se quedaron sin habla al ver el vivo retrato de Xana con veinte años menos, pero con pelo castaño claro.
—Tiene tu pelo, Queitano.
Ye lo único.
La mio neña, qué guapa ta. Y sonríe —pareció sorprenderse Xana.
—Porque es feliz ahora. Se lo aseguro. Y más lo será si les ve… A los dos. Ella no tiene la posibilidad de verles en fotografía.

Ni Xana ni Queitano apartaban la vista del retrato de su hija. Incluso el padre, en un gesto que no pasó desapercibido a Antón, extendió el brazo hacia la fotografía.

Ye igual que tu, Xana—susurró el padre mientras acariciaba con los dedos las facciones de papel que le eran tan familiares.
—Pero no es rubia, menos mal —sonrió con tristeza la madre, que tras tragarse las lágrimas, dio un golpe sobre la mesa con el puño cerrado que hizo temblar la palmatoria, a la vez que tomaba una tajante decisión.— Yo me voy a verla y se acabó —. La cara de Queitano se curtió de dudas. Ahora no podía tomar la decisión corporativa él solo. Ahora cada individuo tomaba sus decisiones. Y él debía hacerlo sin contar con la Rubia. Su gran corazón volaba a Madrid, y su corta lógica le clavaba en el valle. Al final, como casi siempre, ganó la víscera. También suele ser cierto que este tipo de resoluciones se visten de razonamientos para disfrazar de cerebral aquello que se siente. En el silencio, sólo roto por el trasiego de Xana, Queitano se levantó lentamente sin apartar la vista de la imagen de su hija, mientras Antón le miraba con curiosidad.
Yá tien usté trabayu, caballeru. Venga conmigo —ya en la puerta se volvió—. Roxa, tu non te vas sola, pero non güei. Esti caballeru tien qu'aprender lo mínimo por que los animales nun tean muertos cuando volvamos. Cueye tamién daqué pa mi y nun cargues enforma, que'l monte yá pesa lo suyo(9).

———— o O o ————

A esas horas en las que no hay sombras, en las que la luz se enamora de los grises y hace un guiño a la noche, Cirilo levantó la vista de las páginas del libro que descansaba en sus manos. Ya no veía las palabras escritas, y al mirar a su mujer, observó que ella también había dado un descanso a la aguja. Había dejado escapar su mirada a través de los cristales del balcón que ya no recogía ningún resto de sol que se hubiera agazapado entre las pesadas cortinas. Y así, la cara de Carmina recordaba aquella otra que conociera Cirilo y le atrapara, sin las líneas que el tiempo y sus consecuencias habían definido una edad que distorsionaba menos su interior que su piel. A pesar del sosiego que desprendía aquella figura, cada vez más oscura y miles de veces vista, reconoció la alegría y el esfuerzo por tirar siempre hacia delante. Si de algo pecaba Cirilo en demasía era de la autocrítica, por ello no pudo dejar de ubicar, junto a esa mujer, a aquel otro joven, enamorado hasta las cejas, que nunca le había pedido en matrimonio y que, muy a su pesar en cuanto a las formas, había terminado por pisar la sacristía con ella. Al poder compararse con el espectro, por tener la mayor información al respecto, un viento de tristeza meneó sus pensamientos. No pudo verlo, pero sí confirmar todo aquello que había perdido por el camino, y, a su vez, todo aquello que había sumado a su acervo personal, y sonrió al reconocer lo más notorio, los años pasados, la edad. Aunque, a pesar de todo, eso era lo de menos. Aquel joven alegre con un hambre que le incitaba a comerse el mundo, y que aún hoy no había satisfecho, ahora se conformaba con que las cosas no empeoraran; aquel rebelde inquieto había reducido su actividad anti-sistema a la crítica cómoda desde cualquier sillón, como el que ahora ocupaba. Aquel muchacho, henchido de curiosidad, no había conseguido saciarla, sino incrementarla, ya que las preguntas, si bien traían respuestas, también incluían otras interrogantes que se resolvían de igual manera o quedaban en el limbo de las dudas eternas. No es que supiera menos, es que, a esas alturas, desconocía más que antaño. La complejidad femenina de Carmina, tan criticada por él a nivel de murmullo interior, le atraía y desconcertaba  cada día más. Cómo era posible mantener intactas las ganas de vivir, las de ser feliz durante una vida de lucha con el único, ¿único?, incentivo de que mañana iba a ser mejor que hoy. Cómo era posible que una persona, rayana ya en la vejez, todavía creyese en Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. Cómo era posible que todos los años se despertara ese día seis ilusionada con lo que Melchor le hubiera podido traer. Cómo era posible que él fuera todavía su príncipe azul, aquél que la sacaría a bailar en la fiesta de palacio sin que el roce de los años hubiera desgastado un mínimo su ilusión. Cómo era posible que su bendita risa no hubiera variado un tono de aquélla que oyera hacía ya cuarenta y tantos años. La única forma de explicarse todas esas preguntas, era reconocer su propio error, aceptar que él estaba equivocado, o al menos, que no tenía la respuesta de nada, lo que, por otro lado, ya había constatado. Aquella versatilidad, que él tachaba de inconsciencia y de inconsecuencia, permitían a Carmina afrontar cualquier situación confiando en sus posibilidades a pie juntillas. Mantener sus creencias y cómo quería que los demás la vieran habían ganado batallas contra monstruos y dragones que a él y a otros habían vencido con facilidad. Pronto llegaría la cena y ella, como todas las noches, trataría de que comiera más despacio en la increíble certeza de que era capaz de cambiar los hábitos de su marido adquiridos durante más de medio siglo y que, además, era algo que él mismo no deseaba. Ahora bien, si él opinaba sobre sus hábitos alimenticios nocturnos, sobre el hecho de acudir más a las verduras que al mantecado casero, ella argumentaba que nadie sabía nada acerca de lo saludables que podían ser la harina, los huevos y el azúcar, pero que lo que "tu y yo tenemos muy clarito, es que nadie va a quitarte del plato lo que te pongo". Cuando Carmina regresó a su cuarto de labor con todos sus sentidos ya dentro de ella vio que Cirilo la miraba como embobado.

¿Qué piensas, Cirilo? ¿Qué me miras?
—Perdona, nada. Me había quedado ensimismado en el libro —mintió sin motivo.
—Igual que yo, me había quedado en blanco —mintió también ella—. Pero seguro que tú estabas pensando en mí y no me lo quieres decir —. Ambos se conocían lo suficiente como para que las mentiras lo fueran. Y, además, si de algo pecaba ella era de creerse el ombligo del mundo de su marido, la referencia de todo aquello que sentía a su rededor. Incluso estaba convencida de que el sol entraba en su alcoba todos los días porque a los dos les gustaba,  pero a ella más, por eso premiaba al astro rey y se levantaba con él.
Ves, yo no quiero ser marquesa, porque no podría madrugar. Entre la nobleza no está bien visto, ¿sabes? —afirmaba, incluso en la certeza de que ambos sabían que mentía, tanto al no desear ser noble como a que, si lo fuera, no madrugaría. Y aún llegaba más lejos al afirmar que ella era capaz de rechazar el nombramiento por él, porque sabía que Cirilo no se veía de marqués.
—Como tampoco veo a tus hijos disputándose el título confirmó él.
—Déjate, déjate, que no sé yo si Isra renunciaría a ello —. Como casi siempre, desde que sus dos hijos abandonaran el nido, aparecían en la conversación con más frecuencia que en persona, como hubiera deseado ella. De esa manera se explicaba Cirilo la idealización que la madre hacía de sus hijos, de sus virtudes, de sus éxitos y que tanto chocaba con la aceptación de Cirilo de que sus hijos, aun no siendo del montón, tampoco eran muy distintos al resto de jóvenes. Y tras dos miradas que decían lo mismo: "Tú dirás lo que quieras, pero sé en lo que estabas pensando", ambos se acercaron a la cocina. Él tenía prisas por saciar el hambre, ella por picar algo dulce.  

[Continuará]

(1)[Volver]Lázaro, levántate y anda. Realmente Joselillo tiene razón. En ningún Evangelio aparecen esas palabras referidas a Lázaro. En San Juan, 11.23, se puede leer: «[...]. Al decir esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera [...]»Por el contrario la frase que en general se dice, 'levántate y anda' antecedido por el nombre de Lázaro, lo citan Mateo (9.5) y Lucas (5,23), pero al hablar de un paralítico: «[...]. ¿Qué es más fácil decir: 'Quedan perdonados tus pecados', o 'Levántate y anda'? [...]». Marcos también cita el milagro de la curación de un paralítico, pero con palabras parecidas («[...].¿Qué es más fácil decir al paralítico: Levántate, toma tu camilla y vete[...]»). La culpa de la confusión, que ningún religioso me ha corregido jamás, acaso la tenga G. A. Becquer, aunque parezca mentira, porque su rima 7 la termina así:  «[...]. y una voz como Lázaro espera / que le diga: 'Levántate y anda']». Fuentes: Biblia NACAR-COLUNGA, Biblioteca de Autores Cristianos, 1986. Y Rimas de G. A. Becquer, leídas en CVC
(2)[Volver] Hacerse la toga. Proceso de alisado natural que consiste en humedecer  y cepillar el pelo muy bien. Después de hacerse una raya a un lado, volver a cepillar para alisarlo. Sacar un mechón medio de pelo y sujetarlo por delante y por detrás con pinzas, después de cepillado y enroscado en la cabeza a partir de la raya. Repetir esta operación hasta que todo el pelo esté formando una especie de turbante. Y por último, dejar secar bien el pelo. Se puede usar una redecilla para más comodidad y mejor sujeción. Fuente propia.
(3)[Volver]Poner una pica en Flandes es: «[...]. Conseguir una cosa difícil. [...]. Según Bastús (Sabiduría de las naciones [1862-1867], serie 1ª, pág. 153) alude a lo difícil que era en tiempo de Felipe IV encontrar reclutas españoles que quisieran alistarse y tomar la pica (como si dijéramos ahora el fusil) para pasar a servir en los Tercios de Flandes, pues los mozos no se alistaban voluntariamente y huían del servicio militar, eximiéndose con fútiles pretextos. Sbarbi añadé que ‘fue tan grande en aquella época la escasez de soldados que en 1655 había tercios y compañías que sólo contaban con 28 hombres armados’ [...]». El porqué de los dichos, José Mª Iribarren, (ed. Aguilar, 1955), pág. 126.
(4)[Volver]A los cojos sigue el toro, que quiere decir que las desgracias se ensañan con los más débiles, y Reme, con su ingenuidad se toma por coja y débil y se lo advierte a su novio. El refrán es de origen taurino.
(5)[Volver] La Rubia no cuenta, la Rubia es la Rubia, y con más hombría que usted según lo que me ha parecido en el robledal.
(6)[Volver] Pues ahí tiene usted la puerta.
(7)[Volver] Perdone, caballero, mi intención no era insultarle, sino aclarar que cada uno vale para lo que vale, y no le veo a usted aquí en la pelea por sobrevivir.
(8)[Volver] Templar gaitas «es recurrir a contemplaciones y miramientos con ciertas personas para evitar contrariarlas y enojarlas. Para algunos expertos, como Seijas Patiño, el modismo proviene 'del modo como en los instrumentos de cuerda y viento se tocan todas las llaves y registros para armonizar los tonos'. En este caso, el verbo templar se utiliza en el sentido de afinar. Otros autores, sin embargo, opinan que el origen de la frase es otro distinto. Antiguamente, gaita se usaba como sinónimo de lavativa, el instrumento con forma de perilla que se emplea para administrar un enema y que en cierto modo recuerda al instrumento musical. Además, templar es también entibiar o suavizar, por ejemplo, el agua demasiado caliente. De ser así, templar gaitas equivaldría a entibiar el contenido de una lavativa, para que el paciente sobrelleve mejor este poco agradable tratamiento médico [...]». Fuente: muyinteresante.es y 1de3.es.
(9)[Volver] Ya tiene usted trabajo, caballero. Venga conmigo. Rubia, tú no te vas sola, pero no hoy. Este caballero tiene que aprender lo mínimo para que los animales no estén muertos cuando volvamos. Coge también algo para mí y no cargues mucho, que el monte ya pesa lo suyo.





Bolsa para Fernando

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Esta es la tercera y última, de momento, de las bolsas de vichy.

En esta ocasión ha sido para mi hermano que le encantan mis bolsas (o, lo que le gustan son las bolsas?)

Tiene un nombre bien bonito, un poco largo para el bordado, eso si.

Aquí una foto de la bolsa completa, el pasacintas en rayas y, como siempre, con cola de ratón "a conjunto".


El forro  también va en vichy de cuadritos más pequeños.


Hay mucha gente de puente, pero para los que estamos en nuestro lugar de origen, va dedicado este post.

Y sigo coso que te coso...

El canal de Missouri Star Quilt Co

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Supongo que a estas alturas, ya os habré contado que yo empecé en el mundo patchwork buscando tutoriales en YouTube para arcilla polimérica.

Mi primer quilt lo hice con un video de Missouri, se lo regalé a mi madre y no le hice foto.

Para mi gusto es uno de los mejores canales que hay en la red, es en inglés, pero se entiende perfectamente.

He elegido la ventana de la catedral porque creo que a todos nos gusta y para que veáis lo sencillo que lo hace ella, el dominio de la máquina de coser es, simplemente, espectacular.

Desde aquí, mi más sencillo homenaje.

Y sigo coso que te coso...

Kedada con mis chicas favoritas

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Estoy agotada, afónica, pletórica, contentísima y no sé cuántas cosas más que no se pueden explicar con palabras.

Ya sabéis que publico a diario a las 8 de la mañana, pero no me puedo resistir y hoy doblete.

Mañana, si me lo permitís, voy a librar.

Pero ahora os quiero enseñar unas fotitos, creo que sobran las palabras, fijaos que cara de satisfacción saliendo de la primera tienda


Y, de izquierda a derecha según miramos, aparecemos: Elena de Cosiendo sueños, Puri de TresP craft blog, Marta de Marta's Patchwork, Charo de Mis ratos felices, Isabel de El mundo de las creaciones de Iherba, Yo, Montse de Pitimini cose y Lola de Laboreando voy.

Otra instantánea, estamos en la puerta de Tejidos Meco en Vía Carpetana, 145, las fotos, como otras veces, nos las ha hecho Conchita la dueña que siempre se presta, la volvemos loca.


De ahí, nos vamos a Decoración La Laguna, que está al lado, aquí, sólo aparecemos Marta, yo y Charo, pero prometo que estábamos todas, como locas porque cerraban y teníamos que elegir.

Hemos comprado una tela monísima de etiquetas y la hemos repartido entre las ocho, aquí Montse se ha portado y se ha dedicado a hacer unos cortes para que no desperdiciáramos ni una.


Faltaban dos personas en el grupo, y ya nos esperaban en el restaurante Martino's de la Calle Zaida 83, son Beatriz del Ajuar de Beatriz y Marta de Marta y sus Labores.

Son, por ese orden, las dos primeras que aparecen a la derecha de la imagen.


Quiero contaros que los regalos de amigo invisible han sido una pasada, la idea de llevar christmas para todas (de la revoltosa Beatriz) no ha podido ser mejor, bueno al restaurante no sé si podremos volver porque lo hemos revolucionado.

A mi me han puesto en el rincón para que no metiera bulla, pero ni con esas....

Estoy nerviosa como el día de Reyes, he llegado a casa y he estado compartiendo con mi Jc todas las cositas que traía, y tan contenta que estoy.

No sé como sonará a las personas que aún no han tenido el gusto de conocer a gente con sus mismas aficiones, pero os puedo asegurar y os aseguro que me siento muy feliz.

Cada una tan distinta y todas te aportan tanto.

Chicas, a todas, muchísimas gracias por permitirme compartir con vosotras vuestras risas, vuestras alegrías, vuestras anécdotas, vuestro tesón, vuestras ganas de aprender, y, sobre todo, por ser tan generosas en sentimientos, emociones y conocimientos.

Va por vosotras amigas blogueras. Os quiero.

Y sigo coso que te coso...

Christmas de tela

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Para la kedada, además de hacer el amigo invisible, Beatriz propuso llevar un christma para cada una, esta Beatriz, hay que ver lo que enreda....

Os voy a enseñar los que hice y mañana haré fotos de los que hicieron las demás, auténticas maravillas, ya me diréis.

Yo los metí dentro de una bolsa y cada una tiraba de la etiqueta para sacar el suyo, una forma divertida para ahorrarme el empaquetado y/o sobre.

Ya puesta hice alguno más porque, entre medias, ya he tenido alguna cena con amigas y les llevé uno de regalo.

También le mandé uno a mi niña con el calendario de adviento.


Están hechos en arpillera de color amarillo, blanco y natural.


Todos son diferentes, probando las puntadas de mi nueva máquina.
Por dentro, pegué una tarjeta y algo puse...


El tamaño es de 17 x 24 cm.


En amarillo discreto, en realidad, es mucho "más discreto"

En blanco.



Una foto más del conjunto.


Casi me voy a poner ya a hacer los del año que viene, porque la experiencia me ha gustado, pero lleva su "trabajito" y, supongo, que al año que viene repetiremos.

Pero, esperaros a la entrada de mañana, que nivel de christmas!!!

Y sigo coso que te coso...

Mi regalo de la kedada

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Hay que ver el juego que nos va a dar la kedada, ya sé que hoy tocaba los chritsmas de las demás, pero habrá que esperar porque hay dos que tienen patas, se han puesto a curiosear por la casa y no hay forma de pillarles para la foto de grupo.

Bueno, pues os enseño el regalo de la amiga invisible, en este caso es de Marta, el acerico es divino, además me regaló un par de telitas por si me animo a seguir con el juego de costura. Marta, ya sabes que seguro que si. Bueno, y dos botones de ositos que son lo más de lo más.

Mi regalo fue a parar a manos de Marta FF, y creo que le gustó, os lo enseño:


Un joyero de lino, acolchado a rayas en lugar de en círculos que es lo habitual en mi.

¿Lo abrimos?


¿Otra foto?

Y, como es mi costumbre, lo metí en esta cestita de arpillera negra reversible, con el forro beige y los topitos en corinto.


Hay que ver lo contentas que nos ponemos, la ilusión que nos hace tener cositas de nuestras amigas blogueras.

Y sigo coso que te coso...

Bolsas viajeras

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Una buena amiga me ha encargado unas bolsas para regalar, y me ha hecho mucha ilusión porque ella cose mejor que yo.


El color favorito de la afortunada finlandesa es el azul, y en azul están hechas.

Como el exterior va en topos azules, el forro es blanco estrellado. La cola de ratón en el mismo tono que la tela de lunares.


Ahora vamos con la otra, más pequeña.
Las letras las he bordado en un azul más intenso.


Y también he elegido unas telas también en azul, pero más alegres.
En el exterior azulón con florecitas.


Por dentro en blanco con las florecitas azules.
La cola de ratón  "más subidita de tono".


Las publico porque ya las tiene en su poder pero, probablemente, no las ha visto porque se las di envueltas y está esperando a entregárselas a la destinataria.

Muchas gracias por confiar en mi.

Y sigo coso que te coso...

Relatos de COSOqueTEcoso (XLIV)

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Entre puntada y puntada 
(XLIV)

Plaza de las Descalzas Reales, 1920, allí se alquilaban carros para mudanzas.
De www.slideshare.ne
t
La señora Casta escuchó muchos ruidos en la calle. Le pareció que se producían delante del portal, y, a su vez, notó que entraba menos luz de la calle. “Habrá que ver”, pensó, y salió del chiscón para asomarse. Era su deber. Se sorprendió de ver dos carretas que descargaban cuatro hombres. De ahí los ruidos. Habían parado justo enfrente del portal, y los muebles que cargaban los carros, atados y mal envueltos en mantas, alcanzaban una altura considerable. Uno de los hombretones, dejó a su compañero de brazos cruzados y se acercó al ver a la portera. 

—A las güenas tardes, señora.
—A las güenas, señor.
—¿Es usté la portera?
—Pa servirle.
—¿Y éste es el número cuatro, verdá?
—Eso pone ahí riba —señaló la señora Casta el azulejo pegado encima de la puerta.
—Es un dicir, señora, no me senfade.
—Si no menfado, hombre, es que yo de números no sé, sólo conozco al uno, ques un palote. Por eso lenseño el cuatro pòr si no lo es.
—Pos a mí me pasa lo mesmo causté, pero si este no es el cuatro, éstos y yo vamos a trabajar en balde(1).
—¿Y a qué se dedican ustés?, porque que yo sepa, aquí no se muda naide. Y lo caparenta esto es una mudanza en toa regla. Pues no traen ustés cachivaches. 
—Pos entonces la hemos líao, porque veníamos a rellenar el primero izquierda. Claro, siempre cabra esta llave.
—Don Ulogio no ma dicho na.
—Pos si el Ulogio ese es el mesmo questaba con don Agustín, me paece a mí que no hemos errao, señora. Sino que no lan contao a usté na.
—Ay, madre. Aquí cuenta una menos... Paezco el último mono. Venga conmigo, a ver si abre esa dichosa llave. Ande suba —. Y el mozo de cuerdas subió con la portera y comprobaron que la puerta se abría perfectamente con la llave. 
—Voy a echar un ojo, no sea que no esté vacío y nos layan jugao a nosotros también. Espere —el hombre entró en la vivienda y salió satisfecho—. Sí, está vacío, menos mal.  
—Pues, ande, suban lo que tengan que subir, pero no mensucien mucho la escalera, y cuidao con los caliches(2) en las paredes, que luego le caen a una las regañinas. 
—Sará lo que se pueda, señora . Y ya en la calle se encaró con los suyos—. ¡Eh, vosotros, dejad el cigarro, y a descargar, leñe! 
—Oye, quen tos los trabajos se fuma.
—Pos en este mientras se fuma, se trabaja, y no echéis na al suelo, que luego lo tié que recoger aquí la doña. 
—Venga, caballero, ca uno a lo suyo. Que yo también tengo faena —así que uno salió a la calle, y la otra se metió en el chiscón.

Al poco llegó don Eulogio, que al ver los carros supo que había llegado tarde para notificar que el primero izquierda se había alquilado, así que se ahorró el posible encontronazo con la señora Casta. “La contaré cualquier cosa”, pensó y se dio la vuelta antes de que le viera alguien. Mientras, la señora Casta se preguntaba cómo se podía hacer tanto ruido sin destrozar los muebles o los escalones. Temiendo estaba de que acabaran los de la mudanza y revisar las heridas en sus dominios. Tentada estuvo de preguntar al capataz sobre los dueños de los muebles, pero se retuvo. “Tiempo habrá pa conocerlos y pa sufrirlos”. Lo de don Mauro era una excepción entre la gente de esa clase. A ver si había suerte. “Bueno, Casta a lo que estás”. Normalmente el principal era habitado por la clase alta.

—Madre, ¿qué pasa en el primero? Acabo de ver cómo meten un aparador grandote, no sé cómo han podío. Y, claro, no he limpiao ese trozo.
—Ya ves, hija, que tenemos nuevos vecinos.
—¿Sí? ¿Y cómo son?
—No lo sé, sólo man presentao a sus muebles.
—¿Y los muebles son de alcuernia?    
—Mujer, de cuerno no son, eso sí lo tengo claro. Y dalcurnia no he prestao muchatención. Oye, ¿tas fijao si han dañao la paré?
—No, la verdá es que no. ¿Y la Gertru?
—Ma dicho quiba a la mercería.
—Perdone, señora, ¿nos pué dejar un escobón, el patoso nuevo sa cargao un jarrón, y ca vez que pasamos pisamos los peazos.
—Me pilla usté con él en la mano. Tome —contestó Reme.
—¿Y aónde la roto, en lascalera?
—No, no se procupe, en la entrá el piso. Gracias, bonita, ahora te lo devuelvo.
—No corre prisa. Pero, ¿no quiere el recogedor?
—No, porque no tenemos donde tirar los cachos. Y pa que lo vean, lo vamos a dejar en un rincón, no crean que nos lo hemos agenciao. Ya me caerá a mí el rapapolvo, y bueno será si no me tocan el bolsillo. Ahora, que yo no lo pago.  

La subida de enseres acabó y el balance de daños fue la puerta del primero izquierda, con un rasguño y herida de levedad, un raspón marrón en el segundo tramo de escalones, de pronóstico reservado  y un desconchón grave en el largo descansillo del primero, debajo de su nombre pintado en marrón.

—Pues verás cuando se lo cuenta a don Ulogio. Ahora que a una sólo la faltaba hacer de guardia. Además, podía haberme avisao de que venían los mozos esos. A ver cace una, ¿no dejarles subir los muebles? Pues eso. 
—No se preocupe usté, señora Casta. Aunque el casero la regañe sólo será eso. No le dé más güeltas. ¿No ha llegao todavía Joselillo? —preguntó Gertru al volver y enterarse de la refriega.
—No, y es raro, yo creo que a esta horas siempre está aquí. 
—Sabrá entretenío con los amigotes. Desde questá en la misma clase quellos se le ve más contento.
—Más contento no sé, pero con más hambre… Hay que ver lo que come el jodío y lo delgao questá, aunque, claro, yo nunca he críao a un varón.
—Venancio dice que ha salío a su madre, quella era mu menuda.
—Pues el Venancio ha debío salir al padre. Cualquiera diría que son hermanos.
—¡Hola! —llegó Joselillo sofocado.
—¿Ya tas venío otra vez corriendo desde la escuela?
—No pue ser, madre, habría llegao hace un rato.
—Mencontrao con Balín. Y me reído dél.
—¿Por qué? Pobre mío.
—Porque parecía de domingo. Iba con traje y zapatos limpios.
—Mira tú, labrá ascendío don Mauro.
—Sí, pero no es pa siempre. Ma contao quel Antón sa ido de viaje a Asturias —Gertru tomó nota— y don Mauro la hecho secretario en fundiciones.
—¿Y qué funden en esa fábrica?
—Será el chocolate, madre.
—¿Y lo hacen vestíos de gala? Además, que yo sepa, las tabletas son duras. Bueno, y os habéis puesto a darle a la lengua, ¿no?
—Madre, que no es tan tarde.
—Pero una se propuca. ¿Mas oído, Joselillo?
—Perdone, señora Casta, es quemos echao unas carreras. Y todas las ha ganao el menda. Y él, venga que otra, questa vez te gano yo. Y na, que con el traje y los zapatos no corría bien —río el crío—. Creo questá hasta las narices y echaba pestes por la boca contra Antón, que a ver si vuelve de buscar a no sé quien —Gertru se quedó con el dato—, questá tardando mucho, que no saben na dél...
—Vamos, que viés con más hambre que de costumbre.
—No, señora. La misma.
—Que ya es bastante. Pues tiés cocido, así que te pués jartar.
—¿Y el Venan?
—Ahora vendrá, suele ser el último en llegar—. Y así fue.

La mayor parte de la comida la ocuparon los comentarios inventados sobre los nuevos inquilinos, porque nadie sabía realmente nada de ellos. 

—Lo raro es que don Ulogio no haya venío a decirnos na.
—Sí, es verdá, madre, siempre avisa.
—O la pasao algo o estará al venir.

Y así fue. El casero apareció por la tarde. Primero pidió disculpas por no haber venido antes, como hubiera sido su voluntad, pero otras obligaciones particulares que no venían a cuento, no se lo habían permitido. Después informó a la señora Casta de la novedad, que no lo era, aunque sí le trajo nuevas, como que se trataba de un matrimonio maduro y con hijos mayores, como don Cirilo y doña Carmina, que él trabajaba en Correos, y que no tenía más referencias, ni buenas, ni malas. Y que se mudaban porque antes vivían en un segundo pero como ella andaba mal de las piernas y de la espalda, preferían un primero. Eso sí, ella era muy religiosa.  

—¿Y cómo lo sabe usté?
—Porque en las cuatro o cinco cosas que dijo cuando firmamos el contrato, salió a relucir Dios y Nuestra Señora muchas veces. Además, vestía habito y con más medallas colgadas que un general.
—Y no es que me importe, ¿pero cuando vieron el piso?
—Ah, eso fue el domingo pasado por la tarde, casi noche. Ya le he dicho que he andado muy liado estos días de atrás. Usté, lógicamente no estaba. Y don Agustín Redondo Garci, y señora, venían de misa, ya le digo.
—Ya mextrañaba a mí. Pero, bueno, mejor beata que descreída. Al menos, temerá a Dios y no traerán pistola ni espada, supongo.
—Caye, caye, no mente al diablo.
—¿Y cuándo les conoceremos?
—Hoy mismo. Por eso he querido venir antes de que hicieran acto de presencia. Me dijeron que dormirían esta noche aquí por primera vez.
—Pos casi se descuida usté, don Ulogio. A ver qué hubiera hecho una sin saber na de na. Y porque el de la mudanza traía llave y venían a dejar, si no, no les dejo entrar.
—Yo estaba seguro de que usté lo iba a resolver con acierto.
—Como le veo mu contento y satisfecho con una, le voy a contar mis nuevas.
—¿Hay alguna?
—Claro, no ve cabío mudanza. 
—¿No me diga que…?
—Sí, sí le digo que. En la puerta, en el rellano y también en el segundo tramo.
—Pues pienso cobrárselo, fui yo quien puso en contacto al mozo de cuerdas con don Agustín. ¿Y usté?
—¿Cómo que y yo? Usté cree que una pué hacer algo con cuatro hombretones como un armario ca uno? Usté delira, don Ulogio.
—Bueno, está bien, mandaré arreglarlo.
—Dese prisa, si no, los vecinos se mechan encima. 
—Bueno, bueno, no me meta prisas tampoco, sangre no hay.

———— o O o ————

—Bueno, pues ya he echado la carta al correo. Ahora a esperar que nos toque y acertemos con el asesino. Y menos mal que ya no hay debate. Sólo somos tres a repartir —anunció Susana.
—¿Cuántas novelas faltarán? —preguntó Reme.
—Mujer, novelas no, serán capítulos. De todas formas parece que vives en la inopia o que no oyes la misma emisora que nosotras. Anda que no han dicho veces los que faltaban y que cuando queden cinco ya no admitirán ninguna carta. 
—Pos yo no menterao, chica. Con esto de la vainica doble que se me da tan mal…
—Pues trae pacá, Reme. Y toma, que se te da mejor a ti la bastilla — Gertru intercambió la labor con su amiga.
—Tenemos que aprender a hacer de todo todas.
—No, si hacer se hace, Susana, otra cosa es cómo nos quede. Y yo creo que deberíamos hacer lo que nos sale bien a cada una —opino Gertru.
—Y lo que no se nos dé a ninguna bien, ¿quién lo hace?
—Pos la questé libre o le guste, como todo.
—Oye, a mí no me gusta nada coser, ni hilvanar, ni zurcir, ni la máquina, pero tengo que hacerlo, no me queda más remedio, sino, ¿de dónde voy a sacar el dinero para mis estudios?
—Pos a este paso te libras de aguëla —soltó Reme—, como los sargentos churreros esos.
—Querrás decir chusqueros, ¿no, graciosa? En los estudios no te libras, te doctoras, y en cuanto a lo de abuela, ya lo dudo, porque antes hay que ser madre, y la menda no está dispuesta a nada que tenga que ver con los hombres. No como tú.
—Mía tu, vamos a tener una amiga solterona y doctora. Y al Venancio ni le mentes, guapa —defendió Reme a su hombre.
—Pues Mauro se podía haber ahorrado un dinero —intermedio Gertru—, si tú fueras ya doctora. Entre el navajazo del Anselmo y mi aborto…
—Y lo de mi padre, que ahí también intervinió don Luis a deseo de don Mauro, aunque de poco sirvió, la verdá.
—Os estáis confundiendo las dos de cabo a rabo. No todos los doctores son en medicina. También hay doctores en Filosofía, en Geografía, en Filosofía, en Paleontología y en todas las ramas de las artes y las ciencias.
—Sí, ¿y por qué les llamamos a ellos doctores y a los otros no? 
—Nunca has oído en la misa, por ejemplo, hablar de los doctores de la Santa Iglesia?
—La verdá es cahora voy poco a la iglesia, pero tiés razón, lo tengo oído. ¿Es que en aquella época también había universidá?
—Aquí, en Europa, no, pero en China hubo una(3) antes de que naciera Jesucristo que ya daba títulos a sus estudiantes. Pero en el caso de la Iglesia, ese título equivale a sabio, no titulado en una ciencia como también se le llama a todo aquél que acaba una carrera universitaria. La Iglesia siempre se busca truquitos. Como algunos hombres que usan la sotana para disimular, y saltarse el celibato. Como el que nos confesaba en mi pueblo. El párroco nos daba un repaso a todas las chicas, de los pies a la cabeza. Que si qué pelo tan limpio y tan bonito, que si qué lazo más bien hecho, y claro, aprovechaba para tocarte el culo.
—Mujer, no digas eso, cualquiera que te oiga va a pensar que es verdá lo que dices
—Tié razón la Susana, Gertru. Mi madre dejó de ir a la iglesia porque decía que uno de los curas de Santa Teresa y Santa Isabel se la comía con los ojos y algo más. Aunque nunca ma contao qué era ese algo más, pero te lo pués imaginar.
—¿Sí? Entonces, ¿vosotras creéis que hay curas que…? —Gertru no acabó la pregunta. 
—Curas y monjas. Y no es que lo crea, es que lo afirmo. A una amiga mía, se la tuvieron que llevar del pueblo porque, según decía todo el mundo, se había quedado embarazada del cura ese que os digo. Y claro, le echaban la culpa a ella. Al cura le disculpaban, porque decían que claro, un hombre siempre es un hombre y que la carne siempre tira.
—¡Madre mía, Susana! ¿Y era verdá?
—Yo no lo sé de cierto, pero a ninguno de los dos, ni a mi amiga, ni al cura, se les volvió a ver el pelo por allí, os lo aseguro. Y hay quien dice haber visto al niño y contó que era pelirrojo, como el párroco desaparecido. Le sustituyó un viejo cascarrabias, que yo creo que mandaron para que se muriese allí. El pobre, no podía ni subir el cáliz en la consagración, así que para subirte las faldas estaba.
—Ay, no hables así, Susana —regañó Gertru.
—Parece mentira, Gertrudis. Con todo lo que te han hecho pasar a ti los hombres.
—Pero los curas no son hombres como dicen en tu pueblo.
—¿No? Que lo dices tú ¿Es que acaso has visto a alguno desnudo?
—Uy, no. Dios me libre. ¿Y tú? —esta vez tiró a matar Gertru.
—Tampoco, pero le he visto al de mi pueblo con la sotana arremangada y los pantalones bajados, y desde luego hombre era. Y no hay hombre bueno.
—¿Y las mujeres, qué?
—¿A qué te refieres?
—A nada, a nada. Tonterías mías. Vamos a dejarlo.
—Yo creo que ya es hora del Señor Spay, que no sé como se llama así la novela si está más morido que Carracuca(4) —criticó Reme.
—Lo que te digo. Pon más atención a lo que oyes, Reme, la novela, precisamente, se llama así.
—¿Cómo?
—La muerte del señor Spay.
—Ángelamaría, ya decía yo.
—Venga, dejaros de cháchara, que va a empezar, y tú luego no te enteras, Reme.

———— o O o ————

—Ahora casi me arrepiento de haberme ofrecido para cuidar todo esto. La verdá, no sabía donde me metía.
—Ya se metió cuando llegó, y llegó porque usté quixo.
—Pero es mucho para una persona sola y sin ninguna experiencia en estas lides.
Nun tien que faese cargu de too. Solo hai de dar de comer a los animales.
—Es que no sé...
Ye bien senciellu. Y comida y agua nun-y van faltar.
—¿A ellos o a mí?
Dexaré-y dos tinajas pa beber usté.
—¿Y para asearme?
Nun-y va faer falta, pero pa eso tien el bebederu. Y seguro que les besties nun la van a notar —Antón vio por primera vez la sonrisa de Queitano y recordó al instante otra, y pensó que no toda la herencia de Gertru iba a ser de madre.
—¿Pero cuantos días van a estar fuera?
—Yo calculo que… diez, sí, diez díes.
—¡Madre mía! ¿Y mi familia?
Pos denos usté unes lletres, vamos facer llegar a la so familia. Ellí onde nos mande, van saber qué faer con elles, ¿non?
—¿Y si me pongo malo?
Pos se cura, vaya entruga(5).
—¿Me curo? ¿Y si necesito algo?
Equí solo precísase comida y agua. La muerte vien cuando quier, nun s'esmoleza(6).
—En eso tiene razón. Pero veo que lo tenía usté todo más que pensado, quien lo habría dicho. 
Nun había enforma que pensar. Y va entender usté que pa dexar a daquién solo nun diba escoyer a la Roxa. La culpa nun ye mio, sinón so, caballeru. Pa eso vieno. Pos esfrute del so yogur, home(7)—. Queitano enseñó todo lo que creyó necesario para que los bueyes, gallinas y asturcones no sufrieran su ausencia—. Anque los caballos déxelos al so aire, ellos búsquense la vida, salvo que quiera domar uno—volvió a sonreír Quitano. Una vez preparado e informado de todo Antón, la pareja volvió a la cabaña—. Supongo que sobe usté escribir
—¿Qué si sé escribir? Claro.
¿Y traxo ferramientes?
—No le entiendo.
—Dice que si ha traído usté herramientas —aclaró una Xana muy ocupada.
—¿Herramientas de qué?
—Para escribir, hombre, para escribir.
—Ah, sí, sí, claro. Y para leer.
Pos perbién, apunte—ordenó Queitano.
—Espere al menos que coja el lápiz, ahora no traiga usted tantas prisas, buen hombre.
Xana, di-y al caballeru lo que precisamos traer a la vuelta. Paezme qu'anguaño en cuenta de traenos los montes al bufoneru, traxéronnos a ésti que lo enredó tou—. Y así se escribió el pedido, encargo que haría discutir a la pareja—. Roxa, si quies traer tou eso, nun podemos llevar tou lo que tas preparando. Nin tu nin yo somos Toru nin Güe(8).
—Pero si sólo he metido comida y la muñeca de madera que le hiciste a Gertrudis. 
¿Y esi vistíu y esa camisa? ¿Y esos zapatos?
—¿El vestido y la camisa? ¿Es que, acaso, pretendes presentarte allí vestido así, después de un viaje de tres o cuatro días?
¿Y qué tien de malu? Vamos cruciar los montes y depués quédanos una bona caminada hasta llegar ellí.
Ah, non. ¿Nun vas pensar dir andando a Madrid, oh?—Xana cambió a su lengua materna.
¿Y cómo quies que vaigamos, muyer, volando?
—En tren —intervino Antón.
Yá, como qu'ésta y yo tenemos dineros. Col bufoneru nos apañamos col trueque, pero tarrezo qu'eso nun va funcionar fora del valle.
—Se lo daré yo. Bueno, yo no, Don Mauro, el futuro marido de su hija —. Y aquí Antón, volvió a toparse con la iglesia(9), porque Queitano no admitía caridades. Al final, entre Xana y él, convencieron al hombre herido en su orgullo.
—Pero mira que eres borrico, Queitano. No tienes conocimiento, en cuanto sacas la cabeza del valle, ya pierdes la razón. ¿A Madrid andando…? Tú no sabes lo que dices. Y, encima, tenemos que llevar lo mínimo. Con lo que tú comes no tendrías bastante con Toru. Y cualquiera se lo echa a la espalda —. Antón no pudo menos que sonreír con disimulo tras la regañina de Xana a su marido.

Ese fue el empujón que terminó por convencer a Queitano. Aunque, después de ceder en recibir el dinero de su futuro yerno, Xana continuó con la monserga de que había que aceptar lo que la vida te ofrece cuando no se tiene nada, igual que se admite lo que te quita.

—Eso me lo has enseñado tú. El orgullo no sirve para nada, y menos para comer. Sólo ha de tenerse orgullo cuando no se necesita nada. Burro que eres un burro. Señor, para que me habré venido yo con este hombre.
—¿Cuando quieren salir? —preguntó Antón para desviar el tema del orgullo asturiano.
—En cuanto quiera éste, yo ya tengo preparada los porsiacasos y las dos mantas para el viaje. Es lo que llevaremos.
—Xana, con estos bueyes hay que arar(10).
—¡Qué razón tiene, Antón? Con estos bueyes, aunque sólo me llevo uno, menos mal.
Nun vos entiendo, pero venga, en marcha que la nueche llega ensin avisar.
—Espere, espere. Tengo que escribir unas cuantas cosas. Una carta para mi familia, otra para don Mauro… y la dirección donde podrán encontrar a su hija, y también la de la fábrica de don Mauro, por si acaso. Además, tengo que darles el viático, si no, se tienen que ir andando a Madrid y pasarán hambre con lo que Xana ha echado en el hato —Antón aprovechó para meter una pulla a su igual.
Pos apriesa, caballeru, esti animal que ve usté equí—se dio por aludido Queitano— ye diurnu, la nueche ye pa dormir.
—Bien, enseguida acabo. Pero en cuanto lleguen a Oviedo, o a Gijón, ponen este telegrama. Va en sobre aparte. Bueno, como todo, y cada uno lleva un dibujo para que los identifiquen.
—¿Ha traído usted sobres? —se extrañó Xana.
—Claro —se sorprendió a su vez Antón de la extrañeza de la mujer por su perfeccionismo.

Así, con las viandas y las mantas de equipaje, y las cartas y los billetes del banco de España, emprendieron viaje Queitano y Xana. Feliz ella, preocupado él. Antón no apartó los ojos de aquellas dos siluetas hasta que se confundieron en la lejanía con los colores que el sol arrancaba a la naturaleza, con sus formas y sombras. Entonces volvió a sentir en su corazón el peso de la soledad, aquel silencio extremo y aquella sensación de pequeñez ante esa colosal naturaleza que todo nos da, pero que nada acompaña y nos impone la lejanía. Para los urbanitas, la naturaleza es un solaz que se disfruta sabedores de que al volver a casa, recordarán y contarán los verdes que eran los prados, las cristalinas aguas del río, el bello canto de los pájaros, el verde olor de los pinos. Pero sobre todo el hecho de volver a casa, porque como en casa, en ningún sitio. Y eso es lo que traía en jaque a Antón. Cuándo volvería a casa. Agachó la cabeza después de un rato de no mirar nada, sintió hambre e hizo sonar la campana antes de entrar en la cabaña.

—¡A comer! —gritó cuanto pudo, con la esperanza de que alguien se uniera a él.

———— o O o ————


Llegado el lunes, y aseado a trozos el domingo, Venancio se presentó en casa de Cirilo y Carmina.

—Buenos días, señora —saludó Venancio con la gorra en las manos.
—Hola, mocetón. Pasa. Tú eres Venancio, ¿verdá?
—Sí, Venancio Lázaro Ulecia, pa servirla.
—Muy bien, gracias. Mi marido te estaba esperando. Yo soy Carmina, su mujer.
—¿Llego tarde?
—No, no. Es él, que siempre llega temprano. Tú has llegado a tu hora. Pero aunque hubieras llegado antes, el estaría a la espera. No sé cómo se las apaña, pero siempre lo hace. Yo jamás he tenido que esperarle, y eso que llevamos juntos la tira de años. ¿Has desayunado, hijo?
—Sí, doña Carmina.
—¡Carmina! —se escuchó el grito a modo de llamada de Cirilo—. Deja en paz al muchacho. Ha venido a aprender contabilidad, no a desayunar o a hacer vida social.
—Bien, ya oyes al cascarrabias. Vamos, ven, es por aquí. Mira, ahí tienes a tu profesor, que Dios te pille confesado. Si quieres algo me llamas —le ofreció al alumno un tanto impresionado. Carmina se volvió hacia su marido—. Y tú, Cirilo, si quieres algo, ya sabes donde está todo en esta casa. Yo voy a seguir con mi labor, y tampoco me gusta que me interrumpas. Hasta luego.
—Gracias —dijo apocadamente Venancio. Cirilo se levantó, dejó el libro que leía y se acercó al muchacho, al que ofreció la mano.
—Buenos días, don Cirilo. 
—Hola, Venancio. Encantado de conocerte, pero no de oírte.
—¿Perdón? —preguntó azorado el alumno.
—Sí, que no me gusta oír el don delante de mi nombre. Aquí somos todos iguales, aunque te extrañe. Ya has visto como Carmina segrega al joven y al viejo. Es la máxima diferenciación que se hace en esta casa, y en ella nadie es más que nadie, luego nadie es menos que nadie. ¿Entiendes?
—Pero es que a mi man enseñao a hablar con respeto a mis mayores. Y, lo poco candé por la escuela, llamaba don al maestro. 
—Primero, no todo lo que se enseña y se aprende es correcto. Segundo, el respeto no se demuestra con dones ni doñas, caballero. Aunque esto último no nos lo enseña nadie.
—Pos no sé que dicirle, Cirilo.
—Ves, eso está mejor, porque es verdad, respetuoso y además, no hay don. Me alegro que hayas venido. O al menos, mi ego.
—¿Su qué?
—Ese que se encarga de sentirme a gusto conmigo mismo. Pero no me hagas caso. A veces digo tonterías. Pero te prometo que después de decir una te lo avisaré. Y en cuanto a la contabilidad, te diré que con ella no bromeo, porque es como tú, dice siempre la verdá. Eso sí, como la engañes tú a ella, te puedes ir preparando, las lía bien gordas. ¿Empezamos?
—Cuando usté quiera, Cirilo.
—Pues bien, toma asiento. En esa silla, junto al buró. Ahí encontrarás todo lo que necesites.
—Gracias. 
—Empezaré con un poco de historia, que nunca viene mal recordar. La contabilidad que se usa ahora fuera de las administraciones públicas la publicó un fraile italiano, y digo publicó porque se deduce que los mercaderes venecianos ya la usaban, por lo que no se puede tratar de inventor al religioso. Aún así, los contables le debemos mucho. Esto ocurrió allá por el año mil quinientos más o menos. ¿El motivo?, muy sencillo. Para que me entiendas, saber lo que un negocio tenía, lo que gastaban y en qué, lo que se debía y a quien, lo que debían al negocio y quien. La contabilidad son habas contadas, Venancio. ¿Sabes contar?
—Sí, señor. Pero no sé hasta cuánto.
—Ni tú, ni nadie. Y más vale que no lo intentemos averiguar, porque sería la forma más anodina de pasar una vida.
—¿Anodina?
—Sí, triste, vulgar, tonta. Y, aún así, no sería demostrativo de nada, porque podrías seguir contando si la muerte no hubiera hecho aparición. Bueno, esta es una de mis tonterías. Me ha contado Mauro que vendías verduras y hortalizas en el mercado de Olavide.
—Sí señor, mi hermano y yo. Él ahora va a la escuela —dijo orgulloso Venancio.
—Me alegro.
—Y también trabajábamos la tierra. Vendíamos lo que recolectábamos el día anterior. El puesto lo quitábamos a medio día, nos íbamos a Pozuelo, comíamos y a la huerta. Lo que no vendíamos  y se ponía pocho se lo dábamos al tío Celedonio, pa los cerdos.
—¿Y qué hacías con el dinero que sacabas con la venta?
—Se lo entregaba a tío Eliseo, vivíamos con él.
—Mira, ahí tienes el primer concepto contable que vas a aprender: la caja. Tu tió será la caja. Y como vamos a seguir el ejemplo de lo que tú hacías para ganarte la vida, al bolsillo de tu tío le vamos a llamar así: la caja. Y recuerda, la caja no sólo recibe dinero. De ella también se saca.
—Espere, eso lo entiendo, pero ¿qués un conceto?
—Un concepto es lo que nos permite entender un todo, es una idea expresada en palabras. Hay conceptos que designan cosas, como libro, vaso, mesa. Tú tienes esos conceptos claros, ¿verdad?
—Sí.
—Claro, a lo largo de tu niñez los aprendiste sin darte cuenta. Bien, hay otros conceptos abstractos, que no se refieren a cosas materiales que se pueden tocar, como por ejemplo el concepto que tienes del amor, de la hermandad, de la belleza. Esos conceptos también los tienes y también los has ido aprendiendo desde pequeño. Pues bien un concepto contable, forma parte de estos últimos y sirven para entender cómo funciona la contabilidad. Como el concepto de caja. Como ves, nos apoyamos en algo físico, pero la caja contable no es un artefacto de madera para meter cosas en él, sino una cuenta contable a la que aludiremos para expresar el dinero en metálico del que disponemos. ¿Tú qué usabas para guardar el dinero en el puesto?
—Una caja de latón.
—Ves, pues tu caja de latón es un concepto que puedes aplicar al otro, al de la caja contable. Y como comprenderás nunca puede quedar en negativo, es decir, como mucho está vacía, nunca tendrá menos dinero que nada.
—O llena de pelusilla.
—Exacto, como el bolsillo de tu tío, ¿no?
—Si no limporta, yo preferiría olvidar el bolsillo de mi tío, y llamarle como usté dice, la caja, la de latón.
—Bien, de acuerdo. ¿Cómo sabremos cuánto dinero hay en la caja?
—Esa sí ques fácil, contándolo.
—¿Y cómo sabremos, y no me lo tomes a mal, que tu hermano, por ejemplo, no ha metido mano en la caja y se le han pegado unos pesetas?
—Porque al volverlo a contar en casa, habría menos. Yo lo hacía siempre.
—Bien, otro concepto contable, el saldo. Lo que dice la caja que tiene, se le llama el saldo de la caja, y como nuestra caja es una cuenta contable, el saldo de esta cuenta es el dinero que hay en la caja. Al hecho de contarlo, se le llama arqueo de caja. Porque, tú hermano, siendo honrado, como lo es, ha necesitado dinero para comprar… el pan, por ejemplo, y tú no estabas. Entonces él, te ha puesto una nota en la que te dice el dinero que te ha cogido y para qué. Entonces cuando cuentas la caja, el saldo no cambia, pero sabes que tu hermano le debe a la caja una diez céntimos, por ejemplo, en concepto de gasto de pan. Y ahí aparece otro concepto, uno muy importante: el debe. ¿Me sigues?
—Perfectamente. A mí había manolas que no me pagaban, entonces me lo debían, pero no se lo decía a naide.
—Es lo que se llama cargar en cuenta. Cuando alguién invita en la taberna dice algo así como: Cárgame en mi cuenta esta ronda. Eso es una frase contable, curiosamente. Entonces cuando le das a alguien le cargas, haces una anotación en el debe, pero para saber dónde está el dinero que te deben y en concepto de qué, lo tienes que compensar con otro apunte, en este caso una anotación al haber. No quiero liarte, solo decirte que el debe y el haber son unos conceptos contables que hay que tener muy claritos. Y son contrarios, o mejor dicho, complementarios. Es decir, lo que esta en el debe, debe estar en el haber. Imagínate dos carros juntos, y te dicen que tienen que llevar el mismo peso. ¿Tú qué harías? —Cirilo, embalado, no dejó contestar a Venancio—. Lo que echas en un carro, echarlo en otro, ¿no? Pues eso es el debe y el haber. Por ejemplo, cuando tu cobrabas una venta, lo que debías haber hecho es cargar a la caja, porque recibe dinero, y abonar a la cuenta de ventas. Si miras el saldo de caja, con el vale de tu hermano, te dirá el dinero que tienes, y si mirases la cuenta de ventas, verías lo que has vendido. Si lo haces siempre, cuando llegue fin de mes, sabrás el dinero que tienes y las ventas que has hecho.
—Ya, pero para qué voy a liarme con dos cuentas, como usté dice, si las dos me dicen lo que vendío.
—No. Se te ha olvidado que también sacas dinero de la caja. Imagínate que has necesitado cambiar una rueda al carro. Tendrías que pagar la reparación. ¿Y de dónde saldría el dinero?
—Del bolsillo, bueno de la caja.
—Y si la reparación te costara más que lo que tienes en la caja.
—Pos se lo dejaría a deber al carretero.
—Claro, porque la caja no te puede dar más de lo que tiene. ¿Y, entonces, qué saldro tendría la caja?
—Ninguno.
—Cero, eso es. Y entonces la ventas y el saldo de caja no coincidirían, ¿no?
—Tiene usté razón, ya lo entiendo. De la caja sale y entra dinero, pero del carro de las ventas solo entran ventas.
—¿Y cómo sabrías que le debes dinero al carretero, Venancio?
—Porque macordaría.
—Entonces imagínate que te vas dos años a África. ¿Cómo sabría tu hermano que se lo debe el negocio?
—Porque se lo diría. José se acordaría.
—Venancio, céntrate. Estamos hablando desde un punto de vista contable.
—No lo sé, Cirilo. Sólo seme ocurre apuntándolo. 
—Bueno, ya es algo. Sí. Lo anotaríamos en una cuenta que llevara el nombre del carretero. Y en este caso el importe sería lo que has dejado de pagarle.
—Y cuando la caja tuviera saldo se lo pagaría, a mí no me gusta deber na.
—Muy, bien, Venancio. Y aprovecho. Cuando sacas dinero del carro de la caja debes hacer un apunte a su haber y uno al debe de la cuenta de gastos de reparación, o como en este caso, al debe de la cuenta del carretero con lo que su saldo quedaría zanjado, es decir no le deberías nada. Así sabes, el dinero que tienes, lo que has vendido y lo que has gastado y en qué. Y hoy solo nos queda saber si tú sabes lo que has ganado, pero explícamelo con conceptos contables.
—A ver, si cojo el ¿saldo?
—Sí, el saldo.
—Eso si cojo el saldo del carro de las ventas.
—Mejor cuenta que carro.
—Si cojo el saldo de la cuenta de ventas y le quito el saldo del carro… de la cuenta de gastos, sabré lo que ganao.
—Perfecto. Y si el gasto fuera mayor que la venta.
—Haría lo mismo.
—Ya, pero entonces no ganarías.
—Claro, perdería.
—Y si perdieras todos los meses.
—Pos habría hecho un mal negocio, ¿no?
—¿Has visto todo lo que te puede decir la contabilidad?  
—Sí, es fenomenal.
—Pues no sabes de la misa la media, Venancio. Te pongo tarea. Escribe en ese cuaderno lo que has aprendido hoy, te puedes llevar también el lápiz, el lapicero, el sacapuntas y el borrador. Ten siempre la punta del lápiz afilada. El 
lapicero(11) es un regalo para ti, para que apures los lápices hasta el final.


 Lápiz más lapicero, de www.rpp.com
—Muchas gracias, pero no me serviría de na, no sescribir.
—Pues buena la hemos hecho, Venancio. Nadie me lo ha avisado.
—Perdone, usté, yo creía que lo sabía. No me lo ha preguntado y pensaba que se lo había dicho don Mauro.
—Tienes razón, hijo, la culpa es mía. Di por sentado que si sabías sumar y restar sabrías leer y escribir.
—Ya, aprendí un poco, sabía las letras y eso, pero se molvidó, porque cuando, cuando… Bueno, que mi tío me sacó de la escuela y claro, en el puesto, seguí con las sumas y las restas, pero con las letras no hice na.
—Te entiendo, no te preocupes. Lo único que tardaremos un poco más. Espera —Cirilo se asomó a la puerta y gritó—. ¡Carmina!
—Ya voy, ya voy, que no estoy sorda —. La mujer apareció en la salita—. ¿A ver, qué tripa se te ha roto?
—A mí, ninguna. Es a Venancio.
—¿Te duele la tripa, hijo? —se acercó con cara preocupada a Venancio.
—No, no señora. ¿Por qué? —. Carmina miró a su marido algo extrañada.
—No, no es eso, Carmina. Es que Venancio no sabe leer ni escribir, y así poca contabilidad va a poder aprender, bueno aprender sí, pero a llevar, imposible.
—Me alegro que sea eso, hijo. Los dolores de tripa son muy malos. Pero no sé cómo te extrañas, Cirilo.
—Mujer, me extraña, porque sí sabe sumar, restar y multiplicar...
—Y dividir por un número —aclaró el muchacho.
—Bueno, ¿y qué? —preguntó la mujer a Cirilo.
—¿Qué si le enseñas tú?
—¿Yooooo? —Carmina arrastró la o final expresando su extrañeza.
—No enseñaste tú a Javier e Israel. Son nuestros hijos —aclaró a Venancio.
—Sí, pero eran pequeños.
—¿Y qué más da? Además, sólo sería repasar, porque Venancio, como él dice, ya sabía las letras. Pero se le han olvidado. Y te podías ganar unas pesetas —. Cirilo sabía de qué pie cojeaba su mujer.
—Sí, de eso tendríamos que hablar tu y yo, pero ahora no es el momento, ya me ha contado don Mauro lo de tus honorarios, guapo —. Como doña Carmina sí le daba valor al dinero, sabía que sin él no se come, ni que dura para siempre, aceptó el reto pero con una compensación dineraria —. Venancio, ¿estás dispuesto a pagar diez pesetas al mes por aprender a leer y escribir?
—Sí, señora.
—Pues ya tienes maestra.
—Entonces, lo que vamos a hacer, es que te vienes mañana una hora antes —propuso Cirilo—, a las nueve. Y esa hora la dedicáis a las letras, y luego tú y yo nos metemos con los números. Así vamos adelantando en las dos materias. Recordaremos y fijaremos lo del día anterior y veremos algo nuevo todos los días. ¿Os parece?
—Por mí encantao.
—Yo también estoy de acuerdo.
—Entonces, por hoy ya está bien. Mañana empezáis y seguimos.
—Antes de irme, don Cirilo…
—Cirilo, Venancio, Cirilo.
—Eso, Cirilo, quería darle las gracias por lo del céntimo. ¿Se lo pago todos los días? Lo he traído.
—No, me lo abonas en mi cuenta, y cundo tengas mucho dinero en la caja, me lo cargas.
—Y se lo abono a la caja, ¿no es eso?
—Sí, hijo, es eso, justo de eso se trata. Me alegro que hayas venido, me he sentido treinta años más joven.
—No son ustedes mayores.
—Depende quien nos mire, hijo. Pero gracias.
—Y recuerda, Venancio —intervino Carmina—. Habría que sonreír dos veces al menos por cada lloro que echemos. No se te olvide.

Cuando Venancio se marchó, Cirilo se acercó a su mujer y le preguntó por qué le había dicho eso. 

—Porque no tienes ni idea de lo que este chico y su hermano han pasado,  y lo que han tenido que llorar, Cirilo. Y si no lo han hecho, deben de tener una congoja retenida que ni te cuento.
—Ya, pero el diablo no va a estar siempre tras la puerta(12).
—Eso lo dices tú. Y ahora, explícame lo del céntimo.
—Es muy fácil.
—A sí. Pues a ver esa explicación tan fácil.
—Ya te lo has explicado tú sola, fíjate qué fácil, Carmina. Yo no tengo que decir nada. Pero lo diré. La educación es un regalo con el que nadie debería hacer negocio y todo el mundo debería recibir.
—Serás mal hombre, aprovechándote de mí para que yo... —Cirilo salió de la sala de costura de Carmina por miedo a recibir un “costurerazo”.


[Continuará]


(1) [Volver]En balde, según el DRAE, 2014, 23ª edición, entrada balde(2) es una locución adverbial que significa en vano. Su etimología explica su origen: «[...]. Del ár. hisp. báṭil, y este del ár. clás. bāṭil 'vano', 'inútil', 'sin valor' [...]».
(2)[Volver]caliche: «[...]. Costra de cal que suele desprenderse del enlucido de las paredes. [...]». DRAE, 2014, 23ª edición, entrada caliche, 3ª acepción, etimología: cal.
(3)[Volver]Sobre las universidades: «[...]. ¿Por qué? Si olvidamos que uno de fundamentos de este tipo de instituciones [universidades] es otorgar títulos académicos, las universidades más antiguas serían: Nanjing en China (258 AC), Al Karaouine en Marruecos (859) y Al Azhar en ElCairo, Egipto (988)  [...]». Fuente: finanzaspersonales.com.coAunque otros tienen otra opinión: «[...]. Algunos incluso sugieren que la primera universidad -aún en activo- sería la de Atenas por tener cierta relación con la Academia de Atenas, fundada por Platón hacia el 388 aC. Algo más de consistencia tiene la argumentación de los que sitúan a la Nanjing University (China) como la universidad más antigua del mundo. Se tiene constancia de la existencia de esta institución desde el año 258, sin embargo, distaba mucho de funcionar como universidad y, de hecho, no se estableció como tal hasta 1920. Ni siquiera en su web reclaman el honor de ser la universidad más anciana en funcionamiento [...]». Fuente: losapuntesdelviajero.comTal y como las conocemos hoy todo el mundo coincide en que la más antigua de occidente es la Universidad de Bolonia, Italia, fundada en 1088. Y la primera del mundo islámico fue la Universidad Al-Azhar en El Cairo (Egipto), en 972. Fuentes, las mismas.
(4)[Volver]Más muerto que Carracuca. Cuentan que el tal Carracuca fue un cántabro infeliz, pero quién sabe. En 1925 apareció la frase que nos ocupa en una obra de autor anónimo, y apoyó su difusión la inclusión de la misma en la zarzuela La rosa del azafrán, allá por 1930. Como he leído, nuestra imaginación da para mucho y el tal Carracuca debía ser un dechado de virtudes (más feo que Carracuca, peor que Carracuca, más solo que Carracuca, más hambre que Carracuca, etc.). Antes de estas fechas, Carracuca apareció en una obra de teatro (1876) titulada precisamente La sombra de Carracuca.  Incluso aparece en el DRAE, 2014, 23ª edición, entrada carracuca: «[...] estar más perdido que ~. 1. loc. verb. U. para ponderar la situación angustiosa o comprometida de alguien [...]».
(5)[Volver] Pues se cura, vaya pregunta.
(6)[Volver] Aquí sólo se necesita comida y agua. La muerte viene cuando quiere, no se preocupe.
(7)[Volver] No había mucho que pensar. Y entenderá usted que para dejar a alguien solo no iba a elegir a la Rubia. La culpa no es mía, sino suya, caballero. Para eso vino. Pues disfrute de su logro, hombre.
(8)[Volver] Xana, dile al caballero lo que necesitamos traer a la vuelta. Me parece que este año en vez de traernos los montes al buhonero, nos han traído a éste que lo ha enredado todo [...]. Rubia, si quieres traer todo eso, no podemos llevar todo lo que estás preparando. Ni tú ni yo somos ni Toru ni Güe.
(9)[Volver] Con la iglesia hemos topado. Esta frase se la debemos a Cervantes, si bien, él ni lo escribió así, ni le dio el significado que nosotros le damos actualmente a lo que hemos convertido en refrán. Don Quijote se refiere a la iglesia del pueblo de Tomelloso, como podía haberse referido a otro edificio, que en una noche se puede encontrar cualquiera en cualquier pueblo. Los hablantes fueron los que cambiaron y cargaron esa frase con la ironía, con la impotencia de encontrarse con un problema o una fuerza imposible o muy difícil de vencer. Estas son las palabras del Manco de Lepanto, que a mi humilde entender demuestran lo ajeno que Cervantes estaba del refrán: «[...] —Hallemos (...) el alcázar —replicó don Quijote— (...) Y advierte, Sancho, o que yo veo poco o que aquel bulto grande y sombra que desde aquí se descubre la debe de hacer el palacio de Dulcinea. / (...) / Guió don Quijote, y habiendo andado como doscientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo: / —Con la iglesia hemos dado, Sancho. / —Ya lo veo —respondió Sancho—, y plega a Dios que no demos con nuestra sepultura, que no es buena señal andar por los cimenterios a tales horas, y más habiendo yo dicho a vuestra merced, si mal no me acuerdo, que la casa desta señora ha de estar en una callejuela sin salida. /—¡Maldito seas de Dios, mentecato! —dijo don Quijote—. ¿Adónde has tú hallado que los alcázares y palacios reales estén edificados en callejuelas sin salida?[...]». Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha II, 1615, cap. 9, pág. 610, edición del IV centenario, RAE, Santillana Ediciones Generales, 2004.
(10)[Volver]Con estos bueyes hay que arar. Al menos sabemos que en el Siglo de Oro se usaba: «[...] Decía nuestra sabia Santa Teresa, que hay que arar con los bueyes que nos han tocado [...]», Antonio Valdivia, alertadigital.com. Lo trae el DRAE, 2014, 23ª edición, entrada buey: «[...] con estos ~es hay que arar. 1. expr. coloq. U. para indicar que hay que arreglárselas con lo que se tiene [...]». 
(11)[Volver] Acaso esta nota sobre, pero yo no lo sabía. Si  bien lápiz y lapicero, actualmente son sinónimos, lapicero [es el] «[...] Instrumento en que se pone el lápiz para servirse de él [...]». DRAE, 2014, 23ª edición.
(12)[Volver] Interpreto que lo que indica este refrán es que no siempre van a ocurrir desgracias. "La aportación" es de Varinia en un "comentario del 21/09/2015. Gracias Varinia, me venía que ni pintado.

Quilt 365

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Estoy enganchadísima a este Proyecto, debería ser un bloque por día, pero no me puedo resistir, saco los bártulos y me pongo como una posesa a hacer uno, otro, otro.... ya llevo unos cuantos.

No me tenía que haber tirado de cabeza, tenía que haber hecho una prueba, pero mi forma de ser no me lo permite, primero lo hago y luego pienso si me gusta, nada de bocetos, borradores, mis bocetos están en las telas ya hechas. Tardo menos, porque soy más hábil con la aguja que con el lápiz. 

Seguro que si ahora me examinara de "Pinto y coloreo" suspendería.

Pues bien, corté del tirón 97 piezas de 4" (unos 10 cm.) del fondo negro. Bien, esa decisión me sigue gustando.

Después hice los círculos de 5,5 cm. y si pero no.

Probé con los círculos un poco más grandes, de 6,8 cm.  

Los tuve que coser y poner en un mural de corcho que tengo mi habitación para que reposase la idea, poco, no os vayáis a creer.

Ya me he decidido por los grandes, creo que llevo 25, alguno más de los que corresponden a la fecha actual.

De los pequeños he hecho 16 y me pienso hacer una bolsa con asas para meter los achiperres del quilt, y no me hago otro costurero a juego porque ya me parecen demasiados.

Ahora le estoy dando vueltas si los círculos los hago sólo en tonos rojos, blancos, beige y tierra, o de todos los colores. Aún no me he decidido.

Una foto de los pequeños (los que irán para la bolsa)

Ahora de los grandes, los que irán para el Quilt:


He usado las mismas telas para que podáis comparar.

Ah!!! también he decidido que irán todos con el punto de ojal en negro porque me gusta más como queda, creo que resalta más.

Bueno, las rezagadas, ya pueden ir empezando y, si les sirve mi experiencia, me alegraré mucho.

Y sigo coso que te coso...

Una hora, un cojín de patchwork

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¿Que soy un poco dispersa? No
Soy muy, pero que muy dispersa.

El lunes por la noche fui al cuarto de costura a por un lápiz que necesitaba, y salí al cabo de una hora con un cojín bajo el brazo.



No se me olvidó el lápiz, ¿qué os creéis?

Os cuento la historia: hace más de un mes, eché el cojín del sillón de Jc a lavar y estaba tan pasado que salió de la lavadora cortado en tiras, sin opción de reciclaje porque estaban rotas, pero rotas.

Los primeros días, Jc esperó a que volviera el cojín a su lugar, como pasaba el tiempo y aquello no se reponía, decidió coger otro.

Yo todos los días, le daba vueltas al tema, pero siempre encontraba algo más divertido que hacer.


A mi, a final de año, me da por limpiar y ordenar, no sé por qué, pienso que el año nuevo hay que recibirle de aquella manera...

Pues bien, por la mañana, en la "ordenación" del cuarto de costura vi un bloque, y se quedó en mi retina.

Cuando entré al cuarto, me dije, ¿por qué no lo haces en un pis pas?.

En un pis pas que lo hice, menos de una hora que tardé, y tan contenta me bajé.

Se lo presenté a mi Jc y sólo se le ocurrió decir que tardaría un poco en "domarle", yo creo que le vió un poco subidito de tono, bueno de relleno, pienso yo.


No os imagináis las joyas que estoy encontrando, tengo cantidad de bloques guardados en un cajón que ya va siendo hora que vean la luz.

Lo peor, amenazo con enseñarlos.

Y sigo coso que te coso...

Acolchado a mano

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Hoy os quiero contar como acolcho yo a mano superficies pequeñas, concretamente, éste es el exterior de un neceser de cuatro cremalleras.

Lo primero que hago es hilvanar la tela a la guata, bueno desde que me compré en Creativa el spray, ya no hilvano.

A la tela le doy un par de centímetros más porque al acolchar siempre encoge.

A su vez, la guata, otro par de centímetros más alrededor por el mismo motivo.

Cuando empecé acolchando en círculos para hacer los joyeros de viaje, tomaba como referencia el punto medio del lino y ahí encajaba el círculo en el medio, pero me di cuenta que, a veces, al llegar al tamaño deseado, tenía que hacer un trozo de círculo y no quedaba bien.

Ahora lo que hago es plantear los círculos de papel desde el inicio de la tela (la que elijo para que vaya por delante) y calculo los que van a caber, ahí ajusto si tienen que ir más o menos pegados.


Uso plantillas de papel, y las pincho con un alfiler, me gustan más que las de acetato porque me parecen más cómodas a la hora de bordear.

Otra cosa muy importante es dejar bastante margen entre el acolchado y el borde de la tela porque luego hay que recortar y si nos pasamos corremos el riesgo de que se deshaga el acolchado.


Cada círculo le remato por el revés porque si el hilo del acolchado se enganchara con algo, sólo perderíamos un círculo. También intento empezar por el punto más próximo al siguiente círculo para poder pasar la aguja y continuar.

Antes de colocar el círculo de papel voy midiendo distancias para ir cuadrando (más o menos).

No me preocupa mucho el revés porque siempre va tapado. Así es como queda.


Y tampoco me corto a la hora de hacer el nudo porque con la guata nunca se transparenta por el derecho.

En general, uso hilo de perlé de La Finca del número 12.

El tamaño de este círculo es de 4,7 cm. de diámetro.

Me ha encantado compartir con vosotros estos pequeños trucos, fruto de la poca experiencia, espero que llegue a tiempo con alguien que aún no haya empezado.

Y sigo coso que te coso...

Curso de Patchwork figurativo con Brigit Aubeso

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Que contenta estoy!!!

Mañana por la mañana, empiezo un curso de patch figurativo con Brigit Aubeso en La Tertulia del Patch.

Es una, de mis muchas, asignaturas pendientes y la tengo que aprobar. La nota ya la veremos.

Me conformo con aprender y quedar satisfecha.

Es sólo un sábado al mes hasta junio, así que ya sabes si vives en Madrid o quieres desplazarte, creo que todavía queda alguna plaza.

Ya os iré contando, quizá haya que empezar por "pinto y coloreo"

Y sigo coso que te coso...

P.D. Imagen de La Tertulia del Patch
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